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José Manuel Blecua dice sentirse satisfecho por el trabajo que ha realizado la Academia durante estos 300 años. El filólogo y profesor afirma que no considera presentar nuevamente su candidatura para la dirección de la Academia. (Foto: Katya Alvarado)
Carlos Fuentes definía la literatura como un “diccionario de pasiones” y José Manuel Blecua posee, sin duda, un extenso repertorio que le ha regalado su entusiasmo por los libros y la filología.
Desde diciembre del 2010 es el principal vigilante del castellano, al haberse convertido en director de la Real Academia Española (RAE), institución que actualmente cumple 300 años, desde su fundación en febrero de 1713.
Blecua visitó Costa Rica de cara al aniversario número 90 de la Academia Costarricense de la Lengua y conversó con UNIVERSIDAD sobre el trabajo que actualmente realizan las asociaciones en la protección del castellano y su impacto en la sociedad.
Cuando usted se convirtió en director de la RAE, resaltó como retos fundamentales fomentar el carácter panhispánico de la Academia y potenciar el uso de herramientas tecnológicas. ¿Qué avances se han logrado y qué caminos considera esenciales explorar a futuro?
—Lo más importante es acercar la labor de las academias a la sociedad. Este es el problema general, porque luego hay problemas particulares: uno es la aplicación de las nuevas tecnologías. Las redes, por ejemplo, son fundamentales. No solo para trabajar entre nosotros, sino también para ponerse en contacto con la sociedad. El número de consultas diarias al diccionario en Internet es una locura: ¡un millón y medio diarias! También, recibimos decenas de consultas de los usuarios que se ponen en contacto con nosotros. Esta es la parte más emocionante: es la función social.
Luego está la relación con la enseñanza, porque las academias pueden ser un apoyo muy grande para los maestros y profesores, y luego incluso para los investigadores y las industrias.
Entonces hay que cubrir dos frentes que son muy complejos. Por una parte satisfacer las necesidades del profesorado y procurar crear medios que sean baratos, accesibles y que al mismo tiempo que den buen resultado en cada país al que se dirigen.
¿Cómo acercar más esa labor a la gente, cuando algunos pueden verla distante?
—Es inevitable que la gente nos vea con las pelucas del siglo XVIII, metidos en una sala diciendo “esto es bueno y esto es malo”. La realidad no es así.
Es interesante que ahora adopten una posición de aconsejar, y no de prohibir…
—Claro. Yo creo que es el futuro, porque en la lengua es muy difícil decir que una palabra no existe o es incorrecta, porque puede existir todo lo que usted quiera. Imagínese, en Internet hay más de mil periódicos en español diarios, ¡es imposible de dominar ese cambio!
¿Cree que la filología se ha vuelto distante para la gente?
—Creo que la filología, desde hace mucho tiempo, perdió la relación que tenía con la vida. Los humanistas sí que habían enlazado el texto, la literatura y la interpretación del texto con la interpretación de la vida. El texto era un camino de conocimiento, era un camino de la conducta humana. Al perderse todo esto en 1850, una serie de elementos quedan completamente fuera. La filología se convierte en uno de ellos.
Emilio Lledó en “El silencio de la escritura” habla de cómo la escritura, conforme se aleja del lector se va haciendo más impenetrable, hasta que llega un momento en que es completamente silenciosa. No se entiende. Pero la filología es muy apasionante, si se explica, si se enseñaba a leer un texto, como lo hacían los grandes humanistas. Actualmente, eso no se hace.
En este momento, es evidente que existe alguna disminución en el consumo del impreso. ¿Ve usted algún futuro para este tipo de ediciones del Diccionario?
—El futuro es bastante impredecible. En general en todo el mundo, no solo en España, se ha registrado un descenso del soporte papel y, en cambio, hay un porcentaje de crecimiento muy alto de todo lo que es electrónico. ¡Todo este tipo de cosas han cambiado totalmente! ¿Qué va a pasar? No lo sé. El libro ha subido mucho de precio y la gente se ha acostumbrado a usar las tabletas: leen de otra manera. Los editores están muy preocupados por este problema.
¿Y cómo adelantarse a ese futuro tan desolador para el impreso?
—Llevamos desde el año 90 en eso. Tenemos un equipo informático muy potente y ahora intentamos renovar puntos fundamentales, pero no es nada fácil. Eso se queda obsoleto en muy poco tiempo.
Existe una cierta obsesión en Internet por la inmediatez y por una escritura casi taquigráfica. ¿Cree que existe algún riesgo de que esa tendencia se extienda e influya en el castellano?
—No. Cuando nació el telégrafo se empezó a decir que los telegramas y su estilo iban a influir en la prosa. Y el otro día se puso el último telégrafo en la India y no ha cambiado mucho la cosa… Nadie escribe con estilo telegráfico. Es el mismo problema con Twitter: no creo que influya en absoluto. Son caminos distintos.
¿El periodismo ha dejado de preocuparse por hacer un buen uso del castellano, precisamente ante esa preocupación por la inmediatez?
—Creo que eso es simplificar un poco las cosas. Existen muchos tipos de géneros que obedecen a temas distintos y a búsquedas estilísticas muy distintas. Pero, debajo de todo esto, el uso del idioma de los medios de comunicación es el modelo que más influye sobre la sociedad en general, porque la gente no lee libros de filosofía o géneros estilísticos. La gente escucha la radio, ve la televisión, y eso es lo que crea las imágenes que triunfan.
Creo que existe la creencia entre los periodistas de que ellos destrozan la lengua. Eso no es verdad. Piensan que son los culpables; eso no es verdad: la destrozan como todos los demás, como los profesores, los políticos. A estos también les atribuyen las mismas virtudes.
Citaba usted a Chomsky en una entrevista para la Agencia EFE, al decir que el lenguaje es también una herramienta para el engaño. Sobre esas “virtudes” la política tiene un papel importante…
—El lenguaje además de comunicar sirve para engañar, es una gran verdad. A los políticos les es rentable. Hay trampas de un carácter fino como el eufemismo, el colocar teoría de valores que no son realmente una teoría de valores éticos debajo del discurso. Los políticos tienen una argumentaria para que no existan contradicciones en el partido: en lugar de decir que no hay crecimiento dicen “crecimiento cero”. Es un claro ejemplo.
¿Cree que el español corre algún peligro por fenómenos como el espanglish?
—No. Técnicamente no es más que lenguas en contacto y no tiene ningún interés científico.
Muchas personas lo ven como un rasgo cultural que debe respetarse…
—Son visiones, tan legítimas como cualquier otra. Desde el punto de vista lingüístico, se trata solamente del contacto de lenguas.
Actualmente, el lenguaje inclusivo es un tema ampliamente discutido. ¿Qué opinión le merece este fenómeno?
—Es una moda desafortunada. El principio fundamental de una lengua natural es la arbitrariedad, la relación entre el sonido y la significación. Si este es el principio de una lengua natural… todo lo demás son tonterías. ¿Tiene la culpa el inglés que no tiene género?
Ustedes hicieron cambios importantes recientemente, al introducir palabras como “tuit”, “tuitero” o reformar el significado de la palabra “matrimonio” para integrar las uniones de personas del mismo sexo. ¿Hay novedades importantes para la edición número 23 del diccionario, que saldrá a la venta el próximo año?
—Claro. La próxima edición va a recoger cinco cargas de novedades de dos años, cada una. En este momento debe haber unas 60.000 enmiendas en el diccionario.
De cara al aniversario número 300 de la RAE, ¿qué aspiraciones y retos son fundamentales explorar a futuro?
—Muchísimos. Más de los que creemos que podemos cumplir. La sociedad cada vez nos exige más a la Asociación de Academias. Hay un momento en que no se puede hacer todo, con cuatro gatos que somos y con muy pocos medios. Pero, en general, me siento muy satisfecho por el trabajo de la Asociación y las Academias.
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