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Osvaldo Sauma: “El poema es un relámpago, un chispazo”

Osvaldo Sauma (1949) creció en San Pedro, cuando era un pueblo al este, en las afueras de la ciudad. Un día, de adolescente revoltoso, tras un destello como él mismo lo llama, escribe su primer poema. Ahí inicia su camino y su búsqueda en la literatura.

Osvaldo Sauma (1949) creció en San Pedro, cuando era un pueblo al este, en las afueras de la ciudad. Un día, de adolescente revoltoso, tras un destello como él mismo lo llama, escribe su primer poema. Ahí inicia su camino y su búsqueda en la literatura.
Decide ingresar a la estudiar Derecho en la universidad, pero tras leer un libro de Albert Camus descubre que no es lo suyo y, a pesar de la decepción de su padre, estudia periodismo… pero tampoco era lo suyo. Él es poeta. Y en esta entrevista, con motivo de la reciente edición del libro La canción del oficio con su obra reunida por parte de la editorial Germinal, nos cuenta qué ha descubierto y con qué se ha asombrado en este camino de la literatura.
A través de su obra y su importante labor como docente en el Conservatorio Castella ha influenciado a muchos jóvenes poetas. Su primer texto publicado es Las huellas del desencanto (1983), luego Retrato en Familia que recibió el Premio EDUCA 1985, a las que siguieron ASABIS (1997), Bitácora del iluso (2000) y El libro del adiós (2006).
 
Usted inició a escribir a los 17 años, ¿cierto?
 
Hay un primer poema que surge en un baile. No sé qué me pasó esa vez, pero terminé en la barra del bar escribiendo sobre una servilleta, cosa que nunca había hecho. Fue como algo dictado, Hugo Mujica decía que sobre las cosas esenciales nosotros nunca decidimos. En este caso la poesía fue así, ella me eligió. Fue un encuentro del azar y ahí se inicia ese impulso.
A partir de aquí ya inician las lecturas. Un compañero de colegio me prestó dos libros, pero el que me marcó fue Una burbuja en el limbo de Fabián Dobles.

¿Por qué se identificó con el personaje y cómo le impulsa a escribir?
El personaje, el Loco Ríos, se asemeja mucho a lo que yo había vivido. Era rebelde al orden, no aceptaba que le dieran una regla, era un personaje muy lindo, libre .Era el prototipo del artista.
A mí me impacta el personaje porque en el fondo yo era así, yo era muy difícil, me echaron de cuatro colegios, era indomable (risas) y ese personaje me cayó de perlas porque me justificó todo lo que yo había sido. Fue un icono para mi vida. Incluso cuando me encontré con Demian y otros personajes parecidos ya el Loco Ríos estaba inmerso en mí, fue el que me marcó.

¿Su inmersión en la creación literaria fue abrupta?
Fue muy difícil porque yo crecí en San Pedro, en el barrio Roosevelt, eran cafetales. Era un pueblo, tenía una plaza, un cine, una iglesia, había hasta turno. Era como un pueblo de machos, de juegos, de pleitos, de borracheras. Y en esta época cuando surgí con esto era como muy raro. Entonces fue una labor muy solitaria.
Empiezo a publicar mis primeros poemas en La Prensa Libre,  otros en el Abanico, un semanario cultural.  Inicio a trabajar como periodista en el diario Excélsior, me voy dando cuenta que no es lo mío y surge la posibilidad de irme a Europa. Acá inicia otra historia porque es un viaje con una serie de peripecias, sin trabajo, viviendo en lo marginal entonces me marcó muchísimo. Al regreso voy a escribir mi primer libro, Las Huellas del Desencanto.

Este viaje lo consolida como escritor…
Sí. Sentí que ese era mi camino. Surge ese primer libro y tuvo sus comentarios, sobre todo uno de Francisco Amighetti que es el que más me impulsó a escribir. De aquí ya inicia a crecer el compromiso con la literatura y lo tomo mucho más en serio.

¿Qué otros escritores le influenciaron a través de su camino como poeta?
Después de Dobles hay una enorme influencia de otros escritores. Por ejemplo Carlos Martínez Ribas. Él vivía acá, era un hombre alcohólico pero con una intensidad bárbara y tuve la suerte de conocerlo y ahí ya me empiezo a reunir con poetas centroamericanos como José Luis Quezada, Álvaro Trecho, entre otros. Me empiezo a formar con ellos y a intercambiar poemas.
Luego surge el libro Retrato en Familia. Pero ya en este momento tenía muchas lecturas: la de Martínez Rivas, Fernando Pessoa, Vallejo, Paz. La lectura se convirtió en un hábito enorme y siempre estoy descubriendo grandes poetas.
En la narrativa, Camus me va a marcar con su ética y su existencialismo. Es una época en que todos estamos impregnados en ese mundo existencialista. Después va a venir Henry Miller que va a ser determinante con los Trópicos…
Decía José Emilio Pacheco, siempre lo repito ya me da vergüenza porque le robé la frase, “no leemos a otros, nos leemos en ellos”.
(Afuera suena el tren y las palabras de Sauma quieren borrarse).

¿En su poesía hay un poco de todos ellos?
Alguien me decía que yo mostraba, incluso con intertextos, quiénes eran mis influencias. Que la mayoría de gente las esconde (yo no sabía eso) pero que yo las expongo. Diay, sí, porque fueron para mí muy importantes.
En los talleres lo principal para mi es la lectura. Primero la lectura y después la escritura, no al revés. Mucha gente lo hace, pero yo pienso que la formación va antes.

¿Con el escritor nació el lector o siendo joven también tenía este hábito de lectura?
Siempre me había gustado mucho la literatura. En el colegio fui un mal estudiante, pero un buen lector.
Desde niño recuerdo que leía mucho, me llevaba esos libros que tenían ilustraciones y texto. Y los regalos en los cumpleaños generalmente eran libros, esto me fomentó mucho el hábito. Además, mi abuela me contaba cuentos antes de dormir y eran cuentos de su vida personal muy interesantes porque ella tuvo una vida muy interesante.

¿Cómo cambio la poesía su visión de mundo?
Yo los llamo los gérmenes salvajes de la poesía. Siempre va a cambiar el concepto del mundo. La poesía se vuelve peligrosa, empezás a leer y a borrar un poco los mitos que habías construido en el pasado y que te sustentaban. Es un enfrentamiento interior muy grande. Es una especie de religión que uno profesa y que empieza a formarse a partir del verso. Además, los poetas tienen una capacidad de síntesis y de percepción que no es como el discurso filosófico, ni el ensayo, ni la novela que tienen sus espacios. En la poesía son como chispas de luz, relámpagos, somos como las torres de transmisión que recibimos un mensaje y luego lo trasmitimos. La poesía es algo que lo forma a uno y lo marca porque también es un juego que hay que ir desarticulando.

¿Cómo fue la búsqueda de su estilo personal?
Siempre he dicho que a mí me marca mucho un poeta norteamericano, Ezra Pound. Él tiene un tratado sobre la poesía y en una de las parte me impactó: decía que la poesía del siglo XX iba estar más cerca del hueso, que él la creía austera, directa y libre de babosa emoción. Y eso fue como una sentencia para mí. Por eso me gusta mucho la poesía china, la poesía de Pound, la poesía norteamericana tiene mucho de esa limpieza.

Sí, como lectora noto una poesía de lenguaje más directo, concreta.
Sí, me gusta depurar. Cada día depuro más, ahorita los dejo en blanco (risas). He venido siguiendo más o menos esa línea, ya en los últimos libros es aún más precisa. Se me hizo un hábito esa depuración del lenguaje. Hay gente que apela más a la grandeza, a la épica. Yo lo veo más en poemas que van a quedar en la memoria y que van a ser esos chispazos de luz que nos impactan.

Traigo conmigo un poema suyo, ¿podría leerlo?
Desgranas ventura o desventura/ sobre lo poco que ansío y aún no llega./Así voy benevolente o ausente/ sin ningún desvelado deseo// Nada sé yo de encantadas albas. / Los días nacen de simiente propia. / Lo que llega, llega con su carga irrevocable, / de una u otra manera permanece en la zozobra/ y se nutre de noche silenciosa.
“Vida”, Las Huellas del Desencanto (1983).

¿De este Sauma que escribió +Las Huellas del Desencanto hasta hoy…
Sigue desencantado (risas) y todavía más. El mundo se pone cada vez más complejo. Ya en ese libro yo sentía eso, que es difícil la transición, que hay que aceptar el devenir y el devenir no es claro. El desencanto es una constante en mi obra.

¿Y ha habido cambios?
Ha habido cambios y algunos consideran que no son acertados de mi parte. Esta poesía es más política más inmersa en el conflicto mundial. Me han criticado mucho un poema que se llama “Si yo fuera gringo”. Y otros que he estado escribiendo que a las masas le encantan, pero los poetas dicen que es un panfleto. Yo digo que el panfleto también es un género (risas). Los críticos han manifestado que es un fallo. Pero yo insisto.
Recuerdo un día que teníamos el festival de las artes en Heredia y el poeta era el telonero, abría todos los espectáculos. Una noche que se había atrasado un grupo por asuntos técnicos y estaban esas masas de rock pesado y no empezaba el grupo, los maes ya estaban como desesperados y me toca a mí a leer el poema. Empezaron a gritar “¡hijueputa, hijueputa!” (Risas) y yo pensé “¿Qué hago?, me van a linchar”, pero leí el poema de los gringos y se fue aplacando la gente… después un aplauso… de algo sirve ese poema, le gustó a la gente.

Bueno, pero en cierto sentido la poesía también debe apelar a la gente…
Sí, no puede ser solo para elites. Roque Dalton me marcó mucho también. Por eso es que yo tengo ese sesgo ahí, que la gente me critica que yo soy un poeta más intimista que no me debo meter en ese campo. Pero yo insisto de necio, vamos a ver que sale. Han salido cosas que si me gustan como “Equidad” y otros poemas que la gente ha celebrado bastante y que tienen ese trasfondo político.

El poeta debe ser fiel a sí mismo…
Totalmente. Si no, no nos hubieran echado de la república de Platón por necios (Osvaldo ríe y se cubre el rostro con sus manos por su ocurrencia, yo también me río).
Lo que hace a un poeta es su personalidad. Si uno es poeta empieza a dudar de él. Pero si mantiene una coherencia en su obra y en su vida es diferente… Digamos Gelman, sufrió como nadie lo ha hecho y todavía sigue cantando y además con humor y una gracia que es de agradecérselo, yo le decía que él era un santo.

Su camino como poeta tuvo diferentes etapas.
Cada libro mío es una vivencia. Yo soy un poeta muy de la experiencia porque cada uno de mis libros está marcado por vivencias. La Huellas del Desencanto por mi viaje a España, Retrato en Familia por mi regreso a los elementos que constituyen mi identidad, después vendrá Bitácora del Iluso ese también está muy hecho de mis vivencias de estar aquí ya consolidado como poeta pero con un dialogo con la soledad muy intenso. Y El Libro del Adiós son vivencias de relaciones de pareja, algunas buenas otras malas. Todo está muy vinculado a mi existencialidad.

Esto es también parte de su estilo.
Es mi estilo, lo mío es muy íntimo, siempre trata de contar una historia que no puedo narrar pero que digo en poema. Todo tiene nombre y apellido.

Ahora mencionaba a Juan Gelman… Él repetía que la poesía, por su sola existencia, es una forma resistencia. Lo cito: “Es su mera existencia, la poesía, el arte, todo aquello que enriquece al ser humano es una forma de resistencia. Con la poesía no vas a poder comer ni vas a hacer la revolución, pero enriquece interiormente a aquel que alguna vez se le acerca”.
Sí, yo creo en eso. Él ha resistido a través de la palabra y nos ha enseñado a resistir y eso es lo que celebramos de Juan.

¿Qué es para usted la poesía?
Definir es cenizar, decía Lezama Lima. Yo no puedo dar una definición. Me gusta mucho una de Pessoa, “es un oficio de ciegos tercos”. Uno se va formando y creando su propia voz, pero no hay una dirección dada, sino una especie de andar a tientas buscando. Uno va complementándose de la vivencia para alcanzar el poema.
La poesía es un dictado, Cioran  decía: “La poesía excluye cálculo y premeditación”. Cuando me obligo a escribir sobre el árbol entonces sale rígido, tiene que ser el árbol el que me hable para que yo haga un poema que valga la pena. Esto contrasta con lo que decía Hemingway, “Yo espero a la inspiración trabajando”, yo espero a la inspiración en una hamaca porque todo lo que se trabajó hay que botarlo hasta que llega la inspiración.
La gente ve en la inspiración algo que ya está trasnochado, que en realidad se trata del esfuerzo personal y la razón. Yo no lo veo así, sigo sintiendo que el dictado, el duende, la musa existe en uno. En lo interno hay alguien que habla. Paz decía: “la otra voz no es la voz de la ultratumba es la voz que está dormida dentro de cada uno”, yo retomo eso.

¿Hay un proceso de interiorización?
Sí, uno ha digerido muchas cosas y de un momento a otro eso va a salir donde menos esperamos: en una libreta, en una servilleta, vamos a captar esa primera impresión. Después uno verá si lo trabaja o lo desecha.
El poema es un relámpago, un chispazo.

Entonces, ¿es más un destello que un oficio?
Es un oficio, pero de ciegos tercos. Para mí lo que vale es la capacidad de asombro. Gelman decía que uno debe escribir por obsesión, si se acaba la obsesión uno debe dejar de escribir porque si no sale la maquinita; en lugar de los poemas que te asaltan, esos que quieren salir, que necesitan salir.

Permítame citar otra vez a Gelman: “la poesía es un estado de observación y se transmite en una sola vez y de una sola manera. Después vendrá el momento de pulido que me parece tan primordial tanto en la poesía como en cualquier otra rama de la literatura”.
¿Cómo escribe usted?
Generalmente tomo la primera impresión, tomo el dictado. Y luego el machete.

¿Trabaja muchos sus poemas?
Los trabajo mucho. Incluso con la publicación de las obras reunidas trabaje mucho, todavía uno va encontrando cositas. Hay que pulir. Los poemas son de uno y yo puedo hacer con ellos lo que quiera. Nunca se acaba el poema, siempre está trabajándose.

¿Usted considera que este proceso de pulido es parte del proceso creativo?
Para mí sí. Para mí y para muchos, Martínez Rivas, Cortázar. Él decía que era un proceso para quitar, casi nunca para agregar.
La gente cree que como el poema es tan chiquitito es fácil y no es cierto, es todo lo contrario. Es difícil dejar el producto como deber ser, sin que tenga excesos, que sobren tiritas o adornos.

Cuando escribe, ¿cuáles aspectos son primordiales para usted: el ritmo, el movimiento, las imágenes?
No me lo planteo. Uno va leyendo, tiene sus obsesiones, sus reiteraciones, cada uno de forma personal. No me planteo si voy a escribir con ritmo o etc. sino que cuando viene yo lo tomo y ya sé por dónde va y dónde ubicarlo.

Por lo que usted me ha dicho, se podría decir que se nace con ese talento…
Lo esencial no lo escogemos. A mí me llegó. Yo no lo elegí. Otros tendrán otros caminos, pero yo creo en este: el poeta nace, no se hace.

Usted habla mucho acerca de la capacidad del asombro, que el poeta es aquel que tiene capacidad de asombrarse…
El asombro es lo que lo impulsa a uno a fijarse en el instante o en el objeto y querer contarlo. Como el niño: se asombra de todo y todo lo desea contar.  Si uno pierde esa capacidad se vuelve amargo. El asombro es lo que salva un poco de no caer. Si el vuelo de una mariposa me hace un poema es porque estoy vivo y puedo fijarme en eso. Todo me compete y de ahí nace el poema.

¿Se ha perdido esa capacidad?
Hay muchos poetas jóvenes que lo transmiten. Ahora nos asombramos con el Internet, y es maravilloso, pero es una forma de no ver el entorno también. De abstraerse. Lo que me preocupa es que es un mundo ya formado, lo que se hace es recibirlo y no pensarlo. Con estos aparatos no hay imaginación, hay imagen definida. Yo prefiero la imaginación.

¿Qué cosas lo asombran a usted?
El amor (risas) me asombra todo. Yo sigo viviendo como un niño, y  es lo que no hay perder.

  • Valeria Román Vargas 
  • Los Libros
Spain
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