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¡Salarios a la baja; servicios, medicinas, transporte por las nubes, inseguridad, robos estatales…! Así comienza la vieja y larga queja de realidades que viven los pueblos. Realidades que los últimos 12 o más gobiernos confesaron “valientemente” en sus discursos preelectoreros con candidatos desesperados por llegar al poder. Con la farsa de corregir sus desaciertos y barbaridades, se dispusieron, muy felices, a gobernar “el país más feliz del mundo”, como ellos le llaman.
En los últimos 60 años su modelo retórico ha sido el mismo. Hoy su rastrillada recitación y repertorio agotado empiezan a darles vergüenza; ya casi no hablan, no se dirigen al pueblo; se esconden, se sienten intimidados y abrumados por comunicadores que les perdieron el miedo y hasta el inmerecido respeto. Los pocos que dicen algo lo hacen tan tímidamente que pareciera que no desean ni ser escuchados. Ahora hasta permiso le piden a la iglesia o ésta los obliga a disculpar su engaño y corruptela mantenidos por decenios.
En la historia reciente de Costa Rica se cuentan únicamente dos logros importantes “atribuidos” a gobiernos: Las garantías sociales y la abolición del ejército.
Las primeras, sin embargo, aunque ya nada garantizan, fueron inspiración de verdaderos patriarcas formadores; aquellos maestros como Brenes Mesén, Billo Zeledón, Omar Dengo, Carmen Lira, García Monge… que nada tenían que ver con los políticos que luego se aprovecharon de esa inquietud, para llenarse la boca con “garantías” que hoy tan solo son la excusa para los saqueos diarios de la institución rectora que por naturaleza las resumía.
El segundo logro, aunque ciertamente lo decretó un gobierno, fue la explosiva coyuntura del momento la que lo obligó a dar ese paso, pues de lo contrario peligraba su estabilidad a la par de un ejército que por naturaleza, como todo ejército, no se hubiera subyugado a los mandatos de los gobernantes de entonces y tarde o temprano se habría revelado y en lugar de una, con ejército hubiéramos tenido quizá dos, tres o más revoluciones.
Pero bueno…, esos logros se los concede la historia a los políticos promotores. Aparte de esos dos ¿cuales otros podríamos contar? ¿Los muertos del 48, la trocha, Alcatel, los desfalcos al Fondo de Emergencias, Caja- Fischel, los robos…? ¡No, perdón, esos no son logros!
En tan corta historia, unos 60 años de engaños, no veo ningún otro. De manera que cada vez que un señor pretende gobernarnos (hoy hay once con ganas de ser presidentes, y uno de ellos quiere ser a la vez diputado) debemos preguntarnos: ¿Qué es en verdad lo que hacen los políticos y sus gobiernos?
Siempre habrá personas honestas que desean aportar su conocimiento al bienestar de los pueblos. ¿Pero cómo diferenciarlos de maleantes que están dispuestos a ofrecernos de todo para que en febrero les demos el voto?
Una buena alternativa es informarse, leer mucho, estudiar sus atestados, su trabajo, su fama de…, su inteligencia para…; su pasado, moral y honradez, que deben ser inmaculados y conocidos por todos. Tiene todo derecho el votante a saber de sus intimidades, hábitos, sentimientos, costumbres, trayectoria familiar; anhelos: El por qué de su desesperación por ser gobernantes, lo que puede decir mucho de candidatos que se traen entre manos: algo muy bueno para ellos, pero malo para el país. Mirar su patrimonio con lupa, ¿De donde vino, de qué vive?… Al sujeto que desee gobernar debe el elector volverlo al revés.
Pero si siguen admirando su labia impostora, su peinado, el color de su bandera, su saque de pecho, sus gestos, su novia, esposa o amante, y la poca superficie que de su persona le dejan libre al elector, volverán a elegir rapaces y todo será igual o peor. Probablemente en otros 60 años no verán los ticos ningún logro mencionable como los únicos dos aludidos que involucran, por casualidad, a grupos políticos.
Apartando esos dos logros se puede decir que por más de medio siglo, desde tiempos de los abuelos, en que la crítica del pueblo se reducía al “manda huevo…” callejero, dado el hermetismo, y alianza de ciertos medios con el poder, los equipos que nos han gobernado han sido, en general, menos útiles que cualquier souvenir barato, de esos que algún conocido nos trae del extranjero.
Para custodiar derechos
Se inventaron vigilantes
Que se hicieron gobernantes.
Tras ese error cometido
La pregunta siempre ha sido,
¿Quién vigila al vigilante?
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