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El hembrismo se funda sobre el mito de una maternidad totalmente tergiversada. Esta maternidad tiene tintes metafísicos y religiosos, y de hecho no son parte de la pseudocrítica del machismo, emprendida por las hembristas, dado el beneficio que les aporta.
Así, la maternidad es definida no como una función biológica, sino que se elabora sobre el mito de María, madre de Jesús, dentro del ideario cristiano. María se ve ahí como la dadora de vida sin que exista la mediación de hombre alguno. Entonces, la mujer se presenta como el arquetipo de la creación. Luego, en cuanto la mujer es dadora de vida y la vida es el bien supremo por excelencia, entonces la supuesta fuente de ese bien es, por definición, buena, así como el producto de su vientre.
No obstante, esto es como ya se dijo un mito, es falso. Si bien la mujer porta durante la gestación una futura persona, lo cierto es que la mujer no da la vida. La mujer por sí sola es tan fértil como la Venus de Milo. En otras palabras, aunque el hombre no porte al feto, eso no lo excluye de la generación biológica de este.
Sin embargo, en nuestro sistema de justicia, esta noción de maternidad prevalece, con todo lo que esto implica. De este modo, la mujer, dadora de vida, buena, es también investida algunas veces de poderes extraordinarios, agrupados bajo el nombre de instinto maternal. Claro, la mágica mujer del hembrismo, que genera vida de la nada, tiene otros atributos, como el presentir acontecimientos (pueden desdoblar el tiempo-espacio), en ocasiones desarrollan fuerza física sobrenatural, siempre saben decidir lo correcto (aunque busquen hombres problemáticos como pareja), dispuestas siempre a sacrificarse y henchidas de emociones que las alejan de la “inútil razón masculina”, para abrirles ese mundo etéreo donde siempre saben qué es lo más conveniente para su familia.
Evidentemente, las hembristas quieren romper el ideal del hombre machista, pero dejando intacto cuentos espurios como el de la maternidad hembrista.
Este hermosísimo relato de tal maternidad se desliza en los pasillos del sistema judicial. Entonces, maniqueamente, el hombre que no porta el feto, luego no es dador de vida y, por ende, no es bueno y no tiene los superpoderes de las madres del hembrismo; con un peso apabullante deriva en que este hombre es un ser racional (incluso pleno de dicotomías) y sin ese instinto maternal que lo sume en el error, la inconsciencia, el desamor, etc., etc.
De ahí que, por ser sustancialmente malo, debe ser condenado. En consecuencia, el sistema legal hace cosas que en otros ámbitos penales serían un absurdo. Imaginemos que alguien acusa a otra persona de un homicidio. En el caso, no hay cuerpo del delito, solo la palabra de uno contra el otro. Luego, llega un perito y dice que el acusado es culpable porque es imposible que quien acusa esté mintiendo y el juez, obviando todo derecho a la defensa, condena por peritaje. En el caso de un homicidio y sin poner en juego si las partes son hombre o mujer, claramente resulta no solo irracional, sino estúpida tal condena.
Mas, en el ámbito donde una mujer y el fruto de su vientre se encuentren en juego, la lógica jurídica deja de ser lógica y se vuelve casi una venganza particular por los abusos del sistema machista (que las mismas mujeres muchas veces impulsan). Así, no hay cuerpo o prueba física del delito, es la palabra de ella (utilizando a veces el fruto de su vientre) contra el hombre y llega un tercero, que no presenció los hechos (a veces también mujer), alegando que sí, la pobre mujer dice la verdad. Luego, las pruebas son el discurso de la mujer y el del perito. Resultado: condena.
¿Puede haber algo más absurdo? Con este juego, se deja en la indefensión al inocente y al que pudiera ser culpable, que también tiene su parte que declarar. No hay defensa. Todo en nombre de la madre, el hijo y el sistema judicial que es no-equitativo con respecto al género masculino. Amén.
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