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Libro del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU) de Chile, publicado en diciembre de 1972, que analizaba el paro de los camioneros de octubre de aquel año, parte de la ofensiva contra el gobierno de Salvador Allende.
Esta historia comienza un poco antes del golpe de septiembre de 1973. Va cumplir, en realidad, 41 años. Está recogida en un libro como los que se publicaban entonces, al calor de los acontecimientos y de la lucha política, con un título sencillo, que hoy no dice nada, pero que, entonces, decía todo: “Octubre 72”. Y un subtítulo: “La crisis de octubre y la línea proletaria”, un análisis de la Comisión Política del MAPU, uno de los partidos que integraban entonces la Unidad Popular (UP), sobre el paro de los camioneros que conmocionó el país, parte de la ofensiva final contra el gobierno de Salvador Allende.
“Cuando el enemigo se lanza a fondo no puede retroceder fácilmente porque en el ataque ha mostrado demasiado sus cartas. Por eso, la crisis de octubre planteaba a la UP una situación nueva, no solo de agudización de la lucha de clases sino también de preparación para hacer frente a la guerra civil. Octubre inicia una serie de sucesivos enfrentamientos, cada vez más frecuentas y violentos”, decía el MAPU.
Faltaban apenas once meses para el golpe de Estado que pondría fin al experimento de la UP.
Ya sabemos que tuvieron éxito. Solo once meses después un golpe de mano defenestraba a los comandantes de la Marina y de Carabineros, cargos que asumirían el almirante José Toribio Merino, “más el señor Mendoza, general rastrero que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al gobierno”, en palabras de Allende en su último discurso desde el palacio de La Moneda, bombardeado en aquella mañana del 11 de septiembre de 1973. Junto con los comandantes del Ejército y de la Aviación, los generales Augusto Pinochet y Gustavo Leigh, se hicieron cargo de la Junta Militar que asumió el control del país.
El paro de los camioneros se daba en circunstancias difíciles provocadas por la crisis económica que “Octubre 72” definía así: “sabotajes, paralización de industrias, negativa a aumentar la producción a través de nuevas inversiones o, inclusive, a través de utilización de capacidad ociosa, especulación y acaparamiento, fuga de divisas y contrabando”.
El documento estimaba que existían entonces dos líneas estratégicas en la oposición: la que buscaba el derrocamiento del gobierno; y otra, que buscaba desgastarlo y hacerlo fracasar para derrotarlo en las urnas.
Ya sabemos que muy pronto los dos caminos se encontraron, los de una derecha radical y los de una Democracia Cristiana que se le fue plegando hasta conformar una coalición capaz de mover el ejército y derrocar el gobierno.
Los medios, en particular El Mercurio –financiado con largueza por la CIA, como se ha reconocido hoy– lanzaban una ofensiva presentando el gobierno como “ilegal y totalitario”.
GOLPE
En resumen, decían, una situación de “preguerra civil”.
No fue así. La ofensiva de la derecha terminó por arrastrar a todas las fuerzas armadas y la “guerra civil” se transformó en una cacería de dirigentes y organizaciones incapaces de defenderse y que solo terminó 17 años después. Sus consecuencias se extienden hasta hoy aunque, como lo muestran las manifestaciones de los últimos años en Chile, sus estructuras empiezan a crujir y a anunciar nuevas mudanzas. Cambios animados por los ocurridos también en el escenario internacional, con el debilitamiento del proyecto de una derecha que soñaba con el fin del socialismo, y una izquierda que no termina de encontrar su rumbo.
En sus Memorias, dice el periodista colombiano Hernando Calvo Ospina, William Colby, jefe de la CIA entre 1973 y1976, cuenta que durante las elecciones presidenciales de 1970, “la CIA debió dirigir todos los esfuerzos contra el marxista Allende. Ella se encargó de organizar una vasta campaña de propaganda contra su candidatura.” “Todo por orden directa del presidente Richard Nixon”.
Henry Kissinger, su consejero para la Seguridad Nacional y Secretario de Estado, expresaría durante una reunión sobre Chile, el 27 de junio de 1970 (las elecciones chilenas se celebrarían el 4 de septiembre): “Yo no veo por qué debemos quedarnos indiferentes, mientras un país cae en el comunismo por culpa de la irresponsabilidad de su pueblo”.
El 14 de septiembre, solo diez días después de las elecciones, mientras en Chile se tensaba el clima electoral ante la inminente decisión del Congreso, que debía elegir presidente a uno de los dos candidatos de mayor votación en los comicios –Allende o el conservador Jorge Alessandri– los altos ejecutivos de la ITT empezaron a moverse para preservar sus intereses.
Los memorandos de entonces –“personales y confidenciales”– se hicieron públicos y fueron publicados en Chile en abril de 1972.
Mr. Edward Gerrity, vicepresidente senior de la ITT, le mandaba un recado a Kissinger: –Tarde del viernes, llamé por teléfono a la oficina de Mr. Kissinger y hablé con Pete Vacky, consejero de asuntos latinoamericanos.
“Le hablé de la honda preocupación de Mr. Geneen (Harold Geneen, presidente mundial de la ITT) sobre la situación chilena, no solo desde el punto de vista de nuestra fuerte inversión, sino también por las amenazas a todo el hemisferio”.
“Le dije a Mr. Vacky que le dijera a Mr. Kissinger que Mr. Geneen está deseoso de venir a Washington a discutir los intereses de la ITT y que estamos preparados para ayudar económicamente con sumas hasta los siete dígitos”.
Así se armó el golpe. Más que un “golpe militar”, un golpe político, de grupos conservadores interesados en detener las transformaciones impulsadas por el gobierno de la Unidad Popular.
¿Qué despertó tanta ira?: la nacionalización del cobre, la creación del Área de Propiedad Social, con empresas industriales estratégicas, la reforma agraria, la renegociación de la deuda externa. Y los cambios políticos, el ejemplo, la “amenaza para todo el hemisferio”, como dirían los ejecutivos de la ITT.
LECCIONES DE UNA DICTADURA
Cuarenta años resultaron propicios para todo tipo de reflexiones. “Las razones profundas que llevaron en su momento a la elección de Salvador Allende y su singular ‘vía chilena al socialismo’ nunca han desaparecido”, estimó Álvaro Cuadra, investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados (ELAP) de la Universidad ARCIS.
Una de las lecciones principales del golpe es que “los movimientos sociales sufrieron un tremendo retroceso”, como le dijo el historiador Sergio Grez a la periodista María Alicia Salinas. Sobre todo, “en el contexto de un modelo de economía y sociedad neoliberales uno de cuyos efectos ‘naturales’ es la destrucción del tejido social”. Sin eso, no sería posible aplicar una política tan radicalmente conservadora como la de la dictadura chilena, que solo permitió el retorno al orden institucional cuando toda organización popular quedó virtualmente desarticulada y un nuevo orden económico y político (que resiste hasta hoy) fue sólidamente implantado.
Ahora se pide una reforma de la constitución, que elimine las restricciones a la representación política de sectores actualmente excluidos, que se revise el papel de las fuerzas armadas y su formación, que se revierta la privatización de la educación, la salud, las pensiones; que el país empiece a pensarse fuera del marco de un orden dictatorial que ya no representa la realidad política chilena.
Que no será fácil nos lo recuerda la escena de los funerales de Pinochet hace casi siete años, cuando su nieto, el capitán Augusto Pinochet Molina, se salió del protocolo para justificar, en un discurso, las arbitrariedades del abuelo. Si bien la salida de tono le costó la baja del ejército, durante el gobierno de Michelle Bachelet, su afirmación de que Pinochet fue “un hombre que derrotó en plena Guerra Fría al modelo marxista que pretendía imponer su modelo totalitario no mediante el voto, sino más bien derechamente por el medio armado», representa todavía una opinión bastante generalizada dentro del ejército.
La contrapartida fue el gesto del nieto de otro comandante en jefe del ejército. Esta vez, de la víctima, del general Carlos Prats, amigo y colega que Pinochet mandó asesinar en Buenos Aires, junto con su esposa, en septiembre de 1974.
Francisco Cuadrado Prats, nieto de Prats, antecesor de Pinochet en el comando del ejército, escupió el féretro del dictador durante su velatorio. Permaneció horas aguardando el ingreso al recinto. Al llegar al féretro «se acercó de manera muy tranquila y de improviso lanzó un escupitajo».
Mensajes que nos parecen decir que aquí hay una cuenta que no está saldada.
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