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Cuando se desencadenó la brutalidad del terrorismo de Estado en Chile yo ya tenía mucho tiempo de estar en Costa Rica. Pero algo entiendo de dictaduras. Viví en dos, de signos diferentes pero iguales en el pensamiento único. Por lo general se cree que una dictadura es producto de un golpe de Estado y que no hay golpes sin militares. Pero no se necesitan soldados. Hay trucos más astutos. Se puede acortar camino creando leyes que criminalizan las libertades colectivas y privadas sin abandonar el sistema democrático. Primero se crea a los “enemigos del Estado”, después se les reprime con violencia.
En Alemania, el primer campo de concentración fue el de Dachau, para eliminar demócratas, incapacitados y homosexuales. Después fueron los judíos quienes representaron a los enemigos del Estado. Para el totalitarismo siempre se necesita un Otro culpable. El plan Marshall sacó a los alemanes de su marasmo, pero no eliminó el fascismo que hoy se propaga por el mundo entero.
En la España franquista, la palabra política fue borrada del vocabulario cotidiano. Igual la palabra libertad que, gritada por los estudiantes, movilizaba automáticamente a la policía montada. El puritanismo, socio inseparable del pensamiento único, obligaba a viajar a Francia para ver besos en el cine. La producción cultural estaba controlada, Picasso era prohibido.
En Rumanía, el pensamiento único tuvo su caricatura con Ceausescu, quien, además de controlar a los rumanos con la siniestra Seguritate, opinaba con gran desenvoltura sobre el tema que fuera, igual ingeniería que danza, igual medicina que gastronomía. Lo que él decía era LA verdad, y en todos los formatos, desde el gran mural hasta el cartel de la panadería.
El pensamiento único emerge del patriarcado. Stalin era conocido por El Padrecito Stalin y Pinochet era El Tata. El equivalente femenino más cercano a estas figuras autoritarias fue M. Thatcher, quien nunca dejó de ser La Dama…pero de hierro.
Paradójicamente, cuando el pensamiento único es parido por la voz representativa de la pluralidad democrática (el Congreso), se suele apelar a la religión oficial del Estado para legitimar moralmente leyes que atentan contra la libertad de cuerpos y mentes. Esto permite legalizar las violaciones a la libertad de expresión y los derechos humanos. La ley mordaza es un buen ejemplo, hace más fácil golpear que argumentar.
¿Se puede hablar de “golpistas de curul”? Si la expresión no existe, habría que inventarla.
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