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“Un libro es un arma cargada en la casa de al lado. Quémalo. Quita el proyectil del arma. Domina la mente del hombre. ¿Cuál podría ser el objetivo del hombre que leyese mucho?” Ray Bradbury.
El 12 de junio del año en curso, escribí un artículo que apareció en Semanario Universidad. Se intitulaba, “Lo que la Biblio se llevó…”. Aludía a mi particular molestia con la Biblioteca Carlos Monge, debido a que cada vez que solicitaba un libro específico, la respuesta era que estaba en empaste (luego de varios años).
Para la misma semana en que fue publicado, una persona de la biblioteca me dijo que había leído el artículo, y que personalmente le prestaría mayor atención al asunto. Confieso que me alegró, pero al momento ingresé en una crisis cartesiana: dudé, como se duda razonablemente de las campañas políticas en la actualidad. Ya había recibido promesas (y había llenado muchas boletillas) que no daban fruto.
La semana anterior (escribo este artículo el día 25 de agosto), me presenté a la Biblioteca a tomar un libro en préstamo para un curso que imparto (pero el caballero que me atendió no me lo permitió porque yo estaba desactualizado). Como ya la conozco y sé de sus protocolos cuánticos, me limité a retirarme estoicamente sin el libro (pese a que lo ocupaba con urgencia). Pero lo más significativo estaba por llegar.
De forma muy emotiva, dos personas de la Biblioteca me llaman justamente cuando la abandonaba (estoicamente) y me comunican que el libro lo tienen nuevamente (el libro extraviado en empaste). Su entusiasmo de mostrarme el libro fue posiblemente mayor que el mío en recibirlo: mi cartesianismo había aumentado exponencialmente. Pero sí, ahí estaba. Era el libro que años atrás se había marchado en el más extenso y extraordinario empaste que jamás nunca una Universidad había logrado (…). El libro estaba regreso. Pero algo diferente…
En efecto, el libro era el libro pero sin ser el mismo libro: durante todo este tiempo, algunas personas de la Biblioteca gestionaron su compra. El libro fue adquirido nuevamente por la Biblioteca. Fue traído directamente desde España. La misma primera edición, y la única, del año 1973. Fue un trabajo en conjunto, pero la emoción y grato sentimiento de estas personas que me comunicaron que el libro estaba de vuelta, es incomparable. Estas personas, y muchas otras supongo, hicieron un maravilloso esfuerzo para que aquel libro volviera a manos de un lector. Sin embargo…
El libro fue sustraído de la Biblioteca virtuosamente por alguien. Esa persona que ha sustraído virtuosamente el libro, pensó como el capitán Beatty, y se dijo: “Un libro es un arma cargada en la Biblioteca Carlos Monge Alfaro. Llévatelo. Quítalo del estante (o de empaste) de la Biblioteca. Domina la mente de estudiantes y profesores. ¿Cuál podría ser el objetivo de la Biblioteca de tener tantos libros a disposición del público? Mejor me los llevo virtuosamente para la casa.”
Existe un serio problema ético y cultural en la comunidad universitaria. Ético porque el robo de libros es periódico; cultural, porque la mutilación de libros es constante. Si la virtud no da para el robo, la cultura da para la mutilación: libros rayados con tinta de lapiceros, con marcadores, con lápiz; hojas desprendidas para no fotocopiar (pero esto es comprensible: la inversión de ¢5 por fotocopia es astronómica), portadas quebradas (literalmente algunos creen que el libro de bolsillo es para forzarlo a entrar en la bolsa del ajustado pantalón), entre otros males, reales o potenciales. La virtud cultural es encomiástica. No olvidemos a los eruditos, que buscan la inmortalidad anónima de sus ideas, dejando en las indefensas hojas de un libro sus profundos y trascendentales comentarios personales. He ahí un paradigma cultural espernible y deprimente.
No es la primera vez que se denuncia a través del Semanario UNIVERSIDAD este problema de la sustracción de libros de la Biblioteca. Es un problema que nos afecta a todos: profesores, estudiantes, administrativos, público lector en general; e incluso, a los inmigrantes de otras universidades privadas que buscan auxilio en nuestras bibliotecas.
Agradezco a las personas de la Biblioteca Carlos Monge su esfuerzo por recuperar el libro. Libro que tuvieron que comprar debido a las virtudes ajenas. Y fue un gran esfuerzo, porque sé que resultó difícil adquirir exactamente la misma edición.
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