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La agrupación británica de Heavy Metal Black Sabbath sacudió al público costarricense con su concierto del martes 22 de octubre en el Estadio Nacional.
Una sirena de guerra sonó en medio de la oscuridad y la multitud se llenó de expectativa. Entre gritos y aplausos, una risa malévola surcó cada rincón del Estadio Nacional; toda persona presente la reconoció: era Ozzy Osbourne.
El bajo, la guitarra y la batería tocaban las notas iniciales de la canción War Pigs mientras un gran telón negro se iba elevando. Las interminables horas de fila debajo de la lluvia se vieron recompensadas cuando Black Sabbath entró a escena con la pieza de su icónico disco Paranoid.
La banda costarricense Sight of Emptiness había abierto la velada de un martes consagrado al Rock. Seguidamente, Megadeth, una agrupación de gran trayectoria e importancia dentro de la escena del Thrash Metal, encendió el ánimo de los asistentes con los rápidos tempos y los potentes acordes de canciones como Tornado of Souls.
Finalmente, miles de personas que teñían al recinto de negro presenciaron el retorno a los escenarios de una banda legendaria después de un prolongado periodo de inactividad. “Los generales se reúnen en sus masas como brujas en misas negras, mentes perversas que planean destrucción, hechiceros que construyen muerte” comenzaba a cantar Osbourne, manteniendo viva la crítica a la Guerra de Vietnam.
Después de una increíble interpretación de War Pigs, Tony Iommi rasgó su guitarra con el riff inicial de Into the Void, deleitando a los espectadores con su aire sereno característico. De su cuello colgaba una cruz de oro, amuleto que una versión de la leyenda señala le fue entregado a cada miembro original de la banda por el ocultista Aleister Crowley luego de materializarse frente a ellos, tras muchas décadas de estar muerto, en una calle; la otra versión indica que fue el padre de Osbourne quien se los dio antes de morir para protegerlos de cualquier mal.
Black Sabbath continuó su repertorio con Under the Sun/Every Day Comes and Goes. Confabulándose con la atmósfera de la canción, en grandes pantallas se apreciaban extractos de la película The Devils, del director Ken Russel, los cuales mostraban a monjas experimentando un estado de trance en un convento.
Los recuerdos se hicieron presentes cuando por los parlantes comenzó a sonar Snowblind, canción dedicada a los excesos de drogas, especialmente la cocaína. El profundo bajo de Geezer Butler transportó al público a todo el vicio y la decadencia que la banda vivió durante la década de los 70’s.
Sin embargo, una intensa batería con sentido tribal desvaneció el pasado en el presente con la canción Age of Reason, perteneciente al disco 13, lanzado este año. El álbum marcaba el regreso de Ozzy Osbourne como vocalista al grupo, quién no había tenido participación desde 1978.
De repente, las luces se apagaron. Unas campanas comenzaron a sonar con eco en el Estadio Nacional. El público enloqueció. Black Sabbath tocaba la canción homónima que los catapultó como fundadores del Heavy Metal. De la guitarra de Iommi salía violentamente un tritono, intervalo musical que en la época medieval era asociado con invocar al Diablo (diabulus in musica). “¿Qué es lo que está al frente mío? Una figura negra que me señala”, cantaba tenebrosamente Osbourne mientras un escalofrío recorría las espaldas de todos los presentes. La letra relata la aparición de una entidad satánica y la desesperación que siente quién lo presencia.
El aquelarre de brincos y vítores fue seguido por Behind the Wall of Sleep, tema del primer disco de la banda. La emoción fue un virus que contagió al coloso sin tregua para anticuerpos; hasta un niño de unos 4 años brincaba sobre los hombros de su padre.
Los dedos de Geezer Butler se enredaron ágilmente entre las cuerdas de su bajo para tocar un demoledor solo que dio paso a N.I.B. La Sabana vibró: los saltos del público se tenían que medir en escala Richter.
“Me llamo Lucifer, por favor toma mi mano”, gritaba Osbourne. La canción relata cómo el Demonio se enamora de una mujer e intenta seducirla. Black Sabbath, por el contrario, no necesitaba de poderes infernales para atrapar a miles de personas.
End of the Beginning y Fairies Wear Boots continuaron con una atmósfera en la que parecía que nadie dejaría de moverse. Iommi y Butler comenzaron a tocar Rat Salad cuando Tommy Clufetos irrumpió con un sorprendente solo de batería.
Si bien la salida de Bill Ward, el baterista original de la agrupación, debido a discrepancias contractuales generó mucha polémica, Clufetos se mostró digno de tocar con titanes. La combinación de técnica y rapidez, la integración del público dentro del solo y su pelo largo y barba, daban la impresión de que el mismo Mesías estaba en el escenario.
Los golpes del bombo de Clufetos introdujeron la clásica canción Iron Man. Las voces de los asistentes compitieron con la de Osbourne. Era una comunión completa. Después, la euforia siguió con God is Dead?, Dirty Women y Children of the Grave.
La banda salió del escenario hasta que regresó eludida por los gritos y llamados del público. Black Sabbath terminó el concierto tocando Paranoid. El Estadio Nacional estalló en éxtasis, una explosión que el recinto se vio amenazado de no poder contener.
Ozzy Osbourne, Tony Iommi y Geezer Butler sellaron una noche inolvidable. Fausto pactó con Mefistófeles y Costa Rica lo hizo con Black Sabbath.
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