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Los falsos derechos

Si unos individuos tienen derecho al producto del trabajo de otros, eso significa que estos otros son privados de sus derechos y son condenados al trabajo esclavo. Cualquier supuesto “derecho” de un individuo que requiera la violación de los derechos de otro no es y no puede ser un derecho. Un derecho no incluye la realización material de ese derecho por otras personas; solo incluye la libertad de lograrlo mediante el propio esfuerzo. Por lo tanto, cualquier iniciativa que involucra a más de una persona requiere el consentimiento voluntario de cada participante.

Si unos individuos tienen derecho al producto del trabajo de otros, eso significa que estos otros son privados de sus derechos y son condenados al trabajo esclavo. Cualquier supuesto “derecho” de un individuo que requiera la violación de los derechos de otro no es y no puede ser un derecho. Un derecho no incluye la realización material de ese derecho por otras personas; solo incluye la libertad de lograrlo mediante el propio esfuerzo. Por lo tanto, cualquier iniciativa que involucra a más de una persona requiere el consentimiento voluntario de cada participante.
Uno oye tanto sobre los supuestos derechos a alimentos, a un empleo o al cuidado de la salud que hay que aclarar qué es un «dere­cho» y qué no lo es. Yo tengo el derecho a ofrecer comprar o vender alimentos, mano de obra o cuidado de salud en los términos que deseo. Pero si no encuentro a alguien dis­puesto a aceptar mi oferta, no tengo derecho a obligarlo a acep­tarla. Aquel a quien usted o yo le extendemos nuestras ofertas tiene la libertad de rechazarlas. Al ejercer nuestro derecho a expresar nuestras ofertas, no le imponemos a nadie el deber de aceptarlas. Así que si usted oye a X decir «tengo el dere­cho», pregúntele: «¿Quién tiene el deber?». Si alguien tiene el supuesto deber de hacer algo (que no sea abste­nerse de interferir con X), pregún­tele a X: «¿Qué le da a usted el derecho a obligar a otra perso­na a actuar como usted quiere?».
Como bien explica Ayn Rand, es absurdo lo que proclaman unos demagogos: que  hay una “contra­dicción” entre los «derechos humanos» y los derechos a la propie­dad. Unos no pueden existir sin los otros. Si un «derecho huma­no» fuera superior al derecho a la propie­dad, entonces algunos individuos podrían con­vertir a otros en su propiedad, usándolos como animales o como esclavos para que les den sustento. Es también absurdo decir que quien vive aislado en una isla y solo depende de sí mismo para sobrevivir, tenga una garantía de seguri­dad económica. Es en un contexto social, en el que la factura por la responsabilidad y el costo de sobrevivir se le puede pasar a otro, donde unos demago­gos proclaman un «dere­cho» a la seguridad económica. Mediante la promesa de un imposi­ble «derecho» a la seguridad económica, que solo puede signifi­car la promesa de esclavizar a quien produce algo en beneficio de quien no produce nada, los autoritarios intentan abolir de manera infame el concepto de los derechos. La libertad solo puede exis­tir en una socie­dad que, sin excep­ción alguna, respeta la inviolabili­dad de los verdaderos derechos de cada persona: los derechos que no violan los mismos dere­chos de otros son inviolables.
La motivación de los enemigos de la libertad para propagar falsos derechos es mantener sus privilegios usando la argucia como arma. Por eso cambiaron el sentido de la liber­tad para que significara un dominio sobre las cosas, en vez de la no interferencia con la conducta de las personas. Desde enton­ces, dicen que la libertad es para liberarnos de cosas: del tugurio, del hambre, de la enfermedad, del temor, del desempleo, de la inseguridad. Pero a cambio debemos regi­mentar nues­tras vidas y renunciar a nuestras iniciativas. Y así, para con­quistar «libertades» nos convertimos en borregos en un mundo en el que es obliga­torio lo que no está prohibido.
Mi derecho a la vida no significa que yo pueda vivir a costa de usted. Igualmente, mi derecho a la libertad no quiere decir que yo pueda hacer lo que deseo con usted o con su propiedad. Tampoco mi derecho a buscar la felicidad me permite robarle para pagar por lo que me guste en arte, literatu­ra o músi­ca. El concepto de los derechos individuales no permite que el deseo o la «necesidad» de alguien se conviertan en una hipoteca sobre la vida o la propiedad de otro. Más bien, implica que cada individuo es un ser único y soberano, que requiere que otros hagan con él tratos voluntarios o lo dejen en paz, es decir, en liber­tad. Este concepto de los derechos es el único que no degenera en una lucha de todos contra todos, llena de conflictos. La diferencia entre esta visión de los derechos y la visión sin sentido que predomina actualmente es la diferencia entre, por un lado, la paz, la libertad y el respeto mutuo, y por el otro, la brutalidad de la selva sin ley, en la que el Estado autoritario –léase los políticos y quienes los animan, como los empresarios pegados a la teta estatal− diariamente pisotean nuestros derechos.

  • Raúl Costales Domínguez (Escritor)
  • Opinión
Notas

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