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2. Revista Dominical. LA REPUBLICA. Domingo 19 e abril de 1987 La desaparecida modernidad Por Arturo Uslar Pietri Las palabras moderno. modernidad y modernismo han caido en desuso desde hace ya largo tiempo.
Prácticamente ningún escritor o artista de nuestros días se proclama moderno, ni se habla de una modernidad como un movimiento emergente que surge en oposición a las formas establecidas del arte o del pensamiento. Toda modernidad expresa una posición.
Los hombres del Renacimiento se alzaron contra una realidad dominante, que era el mundo intelectual de la Edad Media, los románticos se alzaron contra el Clasicismo escolarizado, la vanguardia de comienzos de este siglo irrumpió contra las formas dominantes de la mentalidad colectiva y del gusto aceptado ¿quién irrumpe contra qué en nuestros días? La primer lugar no parece existir un stat quo dominante de ideas, maneras y gustos contra el cual irſumpir.
autológicamente, la palabra modernismo es moderna. Salvo algunos aislados antecedentes viene a cobrar fuerza y plena significación en el siglo XIX, para cobrar su plena vigencia y significación entre 1880 y 1930 hasta disolverse en la generalización y proliferación de las vanguardias. Podríamos decir, igualmente, que tampoco existe hoy nada que pueda llamarse vanguardia y por la misma razón.
Todos los días aparecen nuevos y más eruditos estudios de profesores de arte y literatura que hacen más confuso e inabarcable el panorama. Sin embargo, a través de todo ello algunas certidumbres parecen desprenderse. Podríamos casi decir que es una palabra francesa que refleja el inmenso predominio de Francia en el arte, la literatura y las ideas de la revolución hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Está estrechamente relacionada con las grandes y sucesivas novedades que brotaron en París, en deslumbrante serie, desde Baudelaire y Rimbaud hasta los surrealistas y desde Manet hasta Picasso.
Era fundamentalmente una manifestación espontánea de inconformismo y rebeldía y estaba muy estrechamente ligada, como el efecto a la causa, al predominio visible y molesto de una cierta clase social, muy caracterizada por sus gustos, modelos y sus convenciones, que era la burguesía del siglo XIX. Las actitudes fueron múltiples y muy individuales. Cada creador creía tener su propia respuesta, desde los bohemios desdeñosos hasta los creadores de admirables novedades como Rimbaud, Verlaine, Mallarme, Monet o Cezanne, hasta los cubistas y surrealistas de los años 20, hay muchas diferencias entre ellos pero hay un parentesco que los une y es el propósito de rechazar el arte y la literatura establecidos y aceptados.
Hay una filiación visible que va desde los personajes convencionales de la bohemia de Murger, hasta Baudelaire y los contertulios de los cafés de fin de siglo. Diferían inagotablemente en sus búsquedas y realizaciones pero coincidían plenamente en el objeto de su rechazo.
Eso es, precisamente, lo que ya no existe.
Los más ricos museos del mundo, las colecciones de los billonarios tan repletos de todas las modernidades y vanguardias imaginables. Las más sólidas casas editoriales publican los libros más iconoclastas y atrevidos, las más realizadas formas de revuelta y protesta como lo pudo ser el movimiento hippie. la música rock y las formas de contracultura de los años 60, han sido absorbidos e incorporados a la industrialización consumista. Las ciudades actuales están llenas de gente que se visten como hippies. que cantan y bailan música rock. que se alimentan de hot dogs y y hamburgers y que idealizan a los cantantes pop explotados eficazmente por la gran industria del sonido y del cine. no son precisamente rebeldes, sino gente común y corriente que ha aceptado, paradójicamente, un nuevo conformismo social.
Ya el artista no es una clase aparte, sino un miembro integrado y no pocas veces privilegiado de la sociedad. Tampoco es visible aquella división por los usos, las costumbres y los gustos. La sociedad tiende a uniformarse y, ciertamente, a aburguesarse pero con otro significado distinto al que la palabra tenía para los contertulios de Baudelaire, de Verlaine, de Max Jacob y, aun, de Breton y sus surrealistas.
El mundo ha sido dominado por la inmensa y múltiple actividad de la industria cultural, con todo su evidente efecto uniformador. Quién se atrevería hoy a llamarse moderno?
Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.
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