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12 Revista Domirical. LA REPUBLICA. Domingo de marzo de 1988 Por Arturo Uslar Pietri hecho básico: desde la segunda guerra mundial los Estados Unidos tuvieron el 50 por ciento del producto nacional bruto del mundo y podian desempeñar el papel de locomotora de la economía mundial.
Hoy esa proporción ha bajado al 23 por ciento del pnb del mundo y ya no pueden desempeñar el papel de locomotora. El liderazgo de la economía occidental es hoy tripartito, lo comparte, en forma decisiva, los Estados Unidos, el Japón y Alemania Occidental. Ni sus políticas, ni sus intereses son exactamente coincidentes. Por ejemplo, para Alemania la primordial es evitar el déficit y mantener bajo control la inflación, lo que no es el caso de Washington.
Unificar las políticas económicas de Washington, Tokio y Bonn es una empresa llena de dificultades. Todo esto puede y debe ser tema de discusiones, estudios y acuerdos y no es imposible que lleguen a ¿Cómo y hacia donde crece el mundo?
operacionales. Esto podría significar que el La más visible preocupación de los políticos alcanzarlos en muchas formas útilos y y de los economistas en esta hora, en el mundo mundo, globalmente, regresará a los altos entero, es el lento y, en algunos casos, negati años 50 y 60.
vo crecimiento económico.
niveles de crecimiento que conoció en los todas las lenguas, en todas las latitudes, en este comienzo de año, la preocupación preponderante se dirige a los deficientes índices del crecimiento. De nada se ha hablado tanto en el mundo, en los últimos 40 años, como de crecimiento. Es casi el concepto clave de nuestro tiempo. Generalmente se define el crecimiento como el aumento anual de la producción en una nación dada, comprendiendo bienes, servicios y todo cuanto se puede comprar y vender, desde los automóviles, hasta los hospitales.
Recientemente decía el New York Times. en un reportaje editorial, Las cifras son elocuentes: Durante los años de 50 y 60 la economía global creció alrededor del por ciento anual, lo que provocó que los niveles de vida crecieran espectacularmente en gran parte del planeta. En los años 70 el crecimiento cayó a poco más del por ciento y, en los años 80, se ha precipitado a no más de 2, por ciento. La previsión para los próximos años es de continuo descenso.
Estas son, desde luego, cifras globales que no corresponden a las de ningún país en particular. Entre unos y otros, desarrollados o no desarrollados, se advierten grandes diferencias. La misma publicación agrega que para las naciones de Africa y Sur América, agobiadas de deudas, esta tendencia ha reducido el ingreso per capita 15 por ciento por debajo de los niveles de 1980.
Son muchas las cuestiones que un planteamiento semejante suscita. En primer lugar, las inmensas e insalvables diferencias de la situación entre países industriales y países en desarrollo, entre países con deudas y países sin deudas. Poco se podrá hacer para salir de esta situación sino es por medio de una inteligente y sincera cooperación internacional en la forma de una política global para el crecimiento, en la que participen plenamente los grandes países industriales. Los comentaristas señalan que esa cooperación no es fácil. Dean Thurow ha afirmado al respecto: es muy fácil hablar de coordinación, muy fácil elogiarla, pero muy difícil realizarla.
La dificultad de poder establecer una política económica global basada en cooperación está en la diferencia de situaciones e intereses, no sólo entre el mundo industrial y el tercer mundo, sino entre los propios países industriales entre sí.
De una manera muy elocuente el mismo Throw, que es decano de economía del De Massachussets, ha señalado un Mantener un ritmo de crecimiento interanual de alrededor del por ciento significa doblar casi dos veces en la vida de una generación el volumen de producción y de consumo per capita en todas las naciones de la tierra. Puede alcanzarse y, sobre todo, mantenerse semejante ritmo?
Hace algunos años el Club de Roma creyó llegado el momento de lanzar un grito de alarma sobre la forma apresurada en que la humanidad estaba consumiendo y destruyendo los recursos no renovables del planeta, desde el petróleo y el hierro, hasta el aire, la tierra vegetal y el agua. Es posible que ese grito de alarma, que proponía una tasa cero de crecimiento económico como objetivo universal, fuera exagerado y prematuro. Pero la base en que se fundaba es cierta y no puede ser ignorada. Fuera de la posibilidad de la colonización de otros planetas, futuras americas siderales y sin vida, las cantidades de recursos no renovables de que dispone la humanidad tienen un límite, más cercano o más remoto, pero cierto. El crecimiento implica la destrucción de esos recursos a un plazo más o menos largo, según la tasa de crecimiento, que tendría que ser creciente para mantener el crecimiento prefijado de por ciento.
Ni los recursos del planeta, ni su posibilidad de soportar vida destructiva, pueden ser considerados como infinitos. La ley de la naturaleza fue siempre el equilibrio entre consumo y recursos, pero el hombre ha logrado finalmente romperlo, con graves implicaciones.
Un programa de crecimiento alto y continuo para una creciente humanidad implica la posibilidad de un desenlace catastrófico.
El hombre puede contestar como el don Juan de Tirso de Molina: Cuan largo me lo fíais. Pero ya sabemos como terminó don Juan.
Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventua, Costa Rica.

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