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BOCETOS RAROS JULIA POR RAMÓN ZELAYA Era en Aix les Bains, ciudad de Saboya, una noche cálida del mes de agosto, en la Villa de las Flores.
La estación balnearia estaba en su apogeo. Lo más granado de la aristocracia internacional de la sangre de las finanzas y del talento estaba reunido allí en un ramillete extraño de la especie humana.
El Rey de Grecia, quien el Municipio había conferido el título de ciudadano de Aix les Bains, acababa de llegar con un séquito numeroso.
Allí se podía palpar la exactitud de que la verdadera etiqueta social es idéntica en todos los países, entre las gentes de genuina cultura. Allí se podía observar, de un modo evidente, el poder decisivo de la educación, para uniformar los gustos y las costumbres, por encima de las influencias de la raza, de las instituciones y de los climas.
En el salón teatro de la Villa de las Flores, una magnífica orquesta embelesaba tan selecto auditorio con su prodigiosa armonía. Su director hubía sido contratado en Dresde, por tres meses, mediante una paga enorme; pero sus capacidades artísticas lo hacían una verdadera notabilidad de orquestración. Su repertorio comenzaba y terminaba en Ricardo Wagner, su maestro.
De repente, en lo más intenso de un pasaje de la ópera El Crepúsculo de los Dioses, Julia de La Motte, veinticuatro años, belleza imperiosa, esbelta como Diana, escultural como Friné, en un traje de seda lila de corte parisiense, que dejaba adivinar la voluptuosidad y la armonía de sus formas soberanas, se levantó de su asiento, abandonó el palco en donde estaba con varins amigas, se fue a una de las galerías que dan hacia el jardín, se sentó en un sillón de junco, cruzó las piernas y se quedó meditabunda, como sumida en un doloroso ensueño, sola. La luna plateaba melancólicamente las flores cercanas y los campos lejanos. Las cigarras, de los floridos matorrales vecinos, dejaban oír las notas tristes de su canto monótono. lo lejos, y como un vago gemido de un monstruo que muere se oía aún la intensa y vasta armonia del genio de Wagner. Qué es lo que le pasa, Julia, le preguntó solícito un amigo que la había seguido, curioso. Yo misma no lo sé, contestó ella con animación; pero esa música me hace daño. después, como si hablase consigo misma en un monólogo interno, agregó. Es evidente que Dios me ha dotado del temperamento más raro que puede haber. Todo cuanto me rodea me parece pequeno, bajo, vulgar. Nada encuentro mi gusto; nadie realiza mis ilusiones mis concepciones estétieas. los dieciseis años, mis padres me sacaron del convento, para casarme cou el Barón de la Motte, persona rica y hombre galán. Mi precoz desarro4 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregon Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud Costa Rica