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fama universal.
Recuerdos de Antaño Corría el año de 1780 cuando resolvió Morgan apoderarse de la ciudad de Panamá, presa ia más codiciada de los buscareros, por su riqueza y La ciudad de Panamá era una de las primeras de América, albergaba en su recinto una población de más de 80, 000 habitantes con unas 6, 000 casas, más o menos, la mayor parte de dos y tres pisos, edificadas con ricas maderas, entre las cuales alternaban el cedro, la caoba, el níspero, el mangle etc. etc. Dos suntuosísimas iglesias, en las cuales el fervor estaba representado por la ostentación de un lujo sin tasa, ocho conventos de diferentes hermandades, un gran hospital, cuatro cuarteles entre los que descollaba el de caballería, por su lujo y comodidades, una caballeriza real donde holgadamente cabían más de mil mulas destinadas trasportar el oro y plata que incesantemente cruzaban por nuestro Istmo. Dicha caballeriza se extendía de Sur Norte en una larga extensión de terreno. Cerca de la población había lugares de recreo, comparables solo con el Paraíso terrenal, donde las bellas panameñas y sus progenitoras, las sin rivales andaluzas, iban gozar de las delicias del baño y de las distracciones campestres; todo esto embalsamado por las flores tropicales y exóticas que, en armónico consorcio, se cultivan en esos modernos edenes.
Más de 500 casas de asombrosa imponente construcción ayudaban embellecer Panamá. Las mercaderías que de Europa venían para el Perú, Chile, Guatemala etc. todas pasaban por allí; galeones inmensos cargados con los tesoros de las colonias españolas del Pacífico también abordaban allí. El movimiento de gente era tan extraordinario, que con razón se le llamaba, ya la SULTANA del Pacífico ya el EMPORIO DEL NUEVO MUNDO.
Como sucede en todos los pueblos prósperos, los habitantes no sólo de Panamá, sino de casi todo el Istmo, levaban esa vida sibarítica, de lujo y holganza que producen el buen negocio y la prosperidad creciente; vida que según todos los ejemplos de la historia ha enervado los pueblos hasta conducirlos su propia ruina.
Pero volvamos los bucaneros que vigilantes, atrevidos y emprendedores, hacían todos los esfuerzos posibles por llegar a la meta de sus aspiraciones: la toma de Panamá.
Prescindamos de las hazañas de Francisco Olonias, uno de los más bárbaros y bravos aventureros, quien cayó en poder de los indios del Darien y fue despedazado vivo, y sus cenizas echadas al viento.
Preseindamos de Mansvelt, quien hizo varias tentativas en 1664 para tomar Natá, segunda población del Istmo en riqueza; pero que, viendo la actitud del Presidente de Panamá, resolvió escurrirse por toda la costa para ir saquear y asolar Cartago, capital entonces de Costa Rica. Prescindamos también de Morsea Vanclein y Pedro Picardo que en 1667, arrasaron la indefensa población de Santiago de Veraguas, llevándose prisioneros los más notables de sus habitantes y ocupémonos solamente del terrible y feroz escocés Enrique Morgan, cuyos actos solamente pueden ser comparados los de Nerón en Roma.
En 1768 tomó Portobelo después de una heroica resistencia por parte de la plaza y después de haber hecho volar el castillo con todos los españoles que estaban dentro. Cuando don Juan Pérez de Guzmán, Presidente entonces de Panamá, recibió la nueva de la toma de Portobelo, no podía comprender cómo 400 hombres sin artillería hubieran podido hacer semejante prodigio. Sabedor Morgan de tal admiración le envió como presente