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Cosas del Comercio consuelo. Pobre amigo mío! Lloraba como un chiquillo cuando lo encontré en su cuarto aquella noche.
Pero, hombre, le dije zno te advertí un millón de veces que no te metieras en ese negocio porque ibas salir rascando. ahora que te han dejado en la calle quieres remediar tamaña desgracia con lágrimas. Valiente. Los créditos. Esos. créditos! Esos han sido la causa de mi ruina. Pues claro. Qué te dije cuando me hablaste de que ibas establecerte con una tienda todo lujo? Que te quedarías sin calzones! Que como eras novicio en el asunto todo el mundo te perdiría mercaderías crédito y que a veces hay unos dependientes. en fin, que concluirías por donde has acabado. así fué en efecto.
Hijo de padres riens, nacido en el campo y medio educado en la capital, Rufino Albón ligas se inició en nuestro comercio con una lujosísima tienda surtida de telas y abarrotes.
De pocos era conocido, pero desde aquel día Rufino Albóndigas, con don la vanguardia, era el tipo de moda en todos los círculos sociales. Su establecimiento era el más frecuentado y el que más vendía. Se va hacer millonario! decían todos. yo me sonreía. y era natural.
Entraba usted a la tienda y la encontraba repleta de gente que pedía todo gusto cuanto se le antojaba.
De esta seda necesito veintidós varas, Rufinito, oía usted decir una señora bien puesta y de porte aristocrático. y de esta otra color lila veinticuatro. Supongo, Rufinito, que esta noche nos honrará usted con su presencia para cenar con nosotros.
Con mucho gusto, mi señora. Eso me honra altamente.
Pues no lo entretengo más, Rufinito. Sírvase apuntar eso mi cuenta, y hasta luego Será usted servida, mi señora.
Una vez meliflua y delicada se deja oír más allá. Ay! Albondiguitas. Tan ingrato, que no me atiende! Ay. mire: deme una docena de corceses para llevarlos mi casa ver si alguno me queda bueno: busque Ah! y mire, Albondiguitas: una media docena de camisas de dormir, mi tamaño, y dos docenas de pares de medias para mí también, żoye. Aquí lo tiene usted todo, señorita.
Bueno; pues ya sabe que esto me lo llevo sin pagárselo porque es para tantermelo. Venga usted acá, mal portado, se oye decir otra hermosa dama, dirigiéndose al acongojado Rufino. Por qué motivo no ha vuelto usted casa comer con nosotras? Le hemos echado algún perro. No señora, contesta todo turbado Rufinito, es que como usted ve me mantengo muy ocupado.
Hum! Eso no se lo perdono.
Llega en esto un dependiente; don Rufino: doña Pura Injundia y dona Virginia Fuerte dicen que les haga el favor de apuntarles en el libro de cuentas dos cobijas finas, des docenas de ropa blanca, cuatro calzones de señora con cordoncillo y dos sobaqueras.
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