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y frutas.
Jesús! Pobre Rufinito con tánto fiado. continúa la hermosa da.
ma, dirigiéndose Albóndigas, que sudaba la gota gorda apuntando en di, libro de cuentas una enorme lista de deudores. lo peor es que yo venía hacerle otra cuentita. Lo que usted guste, señora; no tenga cuidado.
Pues si no le es molesto, mándeme casa dos cajas de vino Chateau Margaux, doce latas de carnes variadas y otras tantas de conservas Será usted inmediatamente servida, señora.
Bueno, Rufinito, y cuidado con que no vaya pronto casa.
Entra un grupo de señoritas. Buenos días, Rufinito. Qué tal. Está bien? Jesús! No puede imaginarse desde dónde venimos solo por venir buscarlo. Sí? Muchas gracias. qué sucede?
Pues que esta noche hay un baile de pura confianza en casa de su tocaya Rufinita Merjunjes y venimos exclusivamente invitarlo. El baile es de contribución, ve? pero usted lo hemos apuntado con los vinos y otras cosillas porque no es justo que saque plata en efectivo. Con mucho gusto, señoritas.
Entonces, mire: nosotras vamos escoger todo lo que necesitamos, para que usted no se moleste, y con el bodeguero nos lo llevamos.
Ustedes dispongan. así, por el estilo, eran todas las grandes ventas de mi amigo Albondigas, amén de lo que a los bolsillos se echaban los dependientes, escogidos muy mal por él. pues los hay muy honrados. Me acuerdo como si fuera aliora: Era en vísperas de las Fiestas Cívicas. La tienda de Albondiguitas era una verdadera batahola desde temprano de la mañana. Gente que entraba y salía cada instante con los brazos ocupados por paquetes y envoltorios.
Cuando la congoja de los dependientes era más grande por la aglomeración de personas a las cuales estaban atendiendo, llega una señora elegantemente vestida, apuesta y de aire sereno, la cual se presentó acompañada de todos sus hijos, hombres y mujeres, en número de doce. Dió principio sus compras y una hora después hallaban todos, chicos y chiquillas, completamente surtidos desde la coronila los pies. Ella su vez, se encontraba agobiada por el peso de multitud de paquetes que sostenían sus brazos.
Don Rufino. dijo la señora con severo aspecto. tenga la bondad de bacer la cuenta de todo lo que llevo para cancelarla. Inmediatamente, señora. allí mismo, en su presencia, dió principio Rufinito su contabilidad.
Mientras tanto, la señora con disimulados ademanes iba despachando de la tienda sus doce hijos, los cuales tomaban la calle saliendo por diferentes puertas.
La cuenta asciende, mi estimable señora, cuatrocientos ochenta y tres pesos veinte centavos, dijo Albóndigas, con toda amabilidad. Perfectamente, replicó la señora. hizo como que buscaba el portamonedas. Será posible. dijo de pronto con muy bien estudiada sorpresa ¡A que esos muchachos la han cogido. Samuel! José! Irene! Ricardo. Para dónde habrán cogido. Qué se han hecho. Dios mío, si los habrá destripado el tranvía. esto diciendo, tomó la puerta, salió la calle y. no volvió!
Las cosas no paran allí.
Revisando yo toda su voluminosa correspondencia, me encontré con una infinidad de iarjetas y cartitas, concebidas en estos o parecidos términos: Mi distinguido y apreciabilísimo Rufinito: Con motivo de haberse 13
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