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gracia. De veras. qué haría usted si yo consintiera en acordarle esa Lleno de ardor y con fuego en los ojos, el Príncipe le tomó una mano, se la apretó entre las suyas, y con una expresión de súplica suprema, le dijo: Por un beso de usted, yo daría hasta la vida!
Ah. exclamó ella mirándolo fijamente. Un relámpago extraño pareció iluminar la mirada de aquella mujer ideal. después de observar a su alrededor, como para cerciorarse de que nadie había escuchado aquel diálogo, Eugenia agarró nerviosamente al Principe por una mano, se lo llevó través de una galería, tornaron después a la izquierda, llegaron, por fin, un saloncito rosado y solo, se levantó ella con resolución la máscara, le presentó el rostro y le dijo, casi imperiosa: Béseme usted.
Como un viajero del desierto que encuentra inesperadamente una fuente pura, así el Principe con evidez, toinó entre sus manos aquel rostro divino, le aplicó dos besos de fuego, y cayó sentado en un sofá, como en un éxtasis de felicidad!
Ahora, ya sabe usted lo que le queda que hacer, terminó Eugenia, bajándose nuevamente la máscara, y lo abandono. las cinco de la mañana, en los comedores del Club del Parque reinaba la algazara ideal del champagne y de las risas joviales de las mujeres más lindas del mundo. Después del baile, después de las aventuras fantásticas de aquella noche de bacanal, las máscaras habían caído y los miembros del Club estaban todavía en la mesa de los manjares. De repente, en uno de los comedores, un pequeño murmullo se produjo, seguido de alguna que otra pregunta de curiosidad. Qué era?
Que uno de los sirvientes vino decir, que el Príncipe Fernando de se acababa de suicidar. la fiesta siguió! Tu nombre Una mañana del helado invierno, Al abrir mi ventana, Observé que el ambiente en los cristales Poco a poco al tocar condensaba; como en ese instante, amada mía, En nuestro amor pensara, Escribí en el cristal tu nombre y luego Añadí conmovido. Ingrata, ingrata!
Después pensando me quedé en lo mucho Que sufro por tu causa, Mientras tu nombre, ante mi vista escrito, Se iba despacio convirtiendo en lágrimas.
ERNESTO LEÓN GÓMEZ.
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