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El Sabor de la Sangre ¡Aquí, Velleda. Aquí inmediatamente. la voz del amo tan solo contestó un rugido. Aquí en el acto! los pocos instantes adelantó un paso una hermosa tigre, que al dar un prolongado bostezo, mostraba sus afilados dientes. Tengo miedo. exclamó retrocediendo precipitadamente una mujer joven y bella, quien su huésped quería presentar la fiera. No se asuste usted. Si es un cordero. mientras nuestro hombre hablaba, no dejaba de acariciar la bestia. no teme usted que le muerda. preguntó la joven. Morderme! no, señora. Sin embargo, el tigre es un animal muy terrible. Si, en estado salvaje cuando se le alimenta con carne.
Pero cuando, como ocurre con Veileda, se la coge al nacer y se le alimenta exclusivamente con leche, se convierte la fiera en un amigo dócil y fidelísimo. No obstante, tengo miedo y me retiro.
No quiero ser devorada en la flor de mi juventud. Adiós. Adiós. penas estuvo fuera la joven. exclamó su amigo sonriendo. Pobre Velleda. Cómo te calumnian. Pobre Velleda!
Durante largo rato jugó con la fiera, y cansado al fin se sentó ante su mesa con las piernas separadas y el brazo izquierdo pendiente.
El animal estava echado junto a su dueño, él acariciaba Velleda con las llemas de los dedos.
Con la mano que le quedaba libre prosiguió el joven la carta que había comenzado escribir a su madre, y se engolfó en su agradable tarea.
Una penosa melancolía se iba apoderando de su ánimu al evocar aquellas lejanas ternezas. Veiase abandonado en remotas tierras, y al notar que Velleda le lamía la mano cariñosamente, pensó que en aquellas regiones, donde residía, no había encontrado más amistad que la de una tigre.
De pronto un escozor en los dedos le despestó de su sueño.
Las caricias de Velleda empezaban a hacerle daño.
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