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La Donna del Lago No hay viajero, de cuantos han visitado la Suiza, que no haya realizado en vapor cualquiera de los paseos que hacen agra dable el estudio del lago Leman. Esta inmensa charca de agua casi salobre, que recibe en Villeneuve la verde y dulce corriente del Ródano, y que verde y dulce la vierte 85 kilómetros después en Ginebra, pura y sin mezcla, como la salamandra que atraviesa el fuego, està bordeada por la izquierda, caminando lago adentro, por una verde alfombra de viñas, cuidadosamente atadas cepa cepa, que ribetean por arriba y por abajo dos vías férreas, y que esmaltan como nido de palomas los blancos edificios de Ouchy, Vevey, La Tour, Montreux, y mil y mil construcciones graciosas, que modo de ninfas descuidadas bañan sus pies en las rizadas olas.
La orilla derecha, distante de la otra de doce a trece kilómetros, es montuosa y veces abrupta, porque las últimas estribaciones de los cerros de Saboya vienen hundirse en cortes duros dentro del misterioso mar, cuyo nivel ni crece ni decrece, viértanle nó muchas aguas las múltiples corrientes que afluyen su seno.
Una carretera cuidada como un jardin, que parece la arena de la playa, y dos o tres pueblos, pugnan en vano por armonizar con el alegre cuadro de la opuesta ribera.
En aquel país envidiable, donde el respeto a la ley está encarnado en grandes y pequeños, como el más santo de los cultos, los extranjeros son el principal venero de riqueza, y cada suizo es un cicerone y un amigo del viajero. Así es que apenas se abandona Vevey y comienzan a perderse lo lejos las monótonas líneas de sus espléndidos hoteles. mirad, os dicen, mirad a la derecha, y veréis incrustada en la montaña La Donna del Lago. La ilusión es completa: en una montaña descarnada, que se hunde de golpe en el lago, y donde vive escasa la vegetación alpina, los ángulos de las rocas, las sombras de los huecos, el oscuro verde de los escasos pinabetes, dibujan hasta en los menores detalles una mujer arrogante, que llena de la cúspide la base colocada de perfil, el brazo extendido hacia occidente, recogida la blonda y amplia cabellera, con la cabeza ligeramente echada atrás; su talie es largo y esbelto; alto su seno, y rica de pliegues la larga y abandonada falda, que llega en descuidada cola confundirse con el agua.
El rostro es bello, pero de una belleza angulosa y fría, y casi se cree adivinar que aquellos labios estrechos se agitan con una sonrisa acerada y provocadora. Quién es la Donna del Lago?
II Cuentan, por contar algo, que en el lleno del feudalismo se 119