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Entre otras cosas dijeron esos señores. Ninguno en Costa Rica irá regar su sepulcro con las lágrimas de dolor y gratitud y aun habrá muchos que lejos de ser indiferentes, irán continuamente insultar sus cenizas removiendo la tierra que las cubre. Esta gratuita injuria, hecha en aquella época de pasiones al pueblo costarricense. quedó desvirtuada con los procedimientos empleados por su Gobierno el mismo año y reconocido por el Gobernante Salvadoreño en su Mensaje de 1849 y en el decreto de reciprocidad de de Febrero copiados en los números y de Páginas Ilustradas.
Más generoso el pueblo de Costa Rica nunca ha dicho. Salvadoreños, os hemos dado de buena voluntad vuestro hijo predilecto que las pasiones politicas hicieron caer, pero regando nuestro suelo la sangre de ambos contendientes. Hoy nuestra capital honra sit memoria con un parque nominado «llorazıin. Más dichosos que nosotros sabéis dónde descansan sus restos: en cambio no podemos decir lo mismo respecto una de nuestras primeras figuras políticas, la de don Branlio Carrillo, cuyo desastroso fin en vnestro territorio no fué vengado; pues, aunque fué sentenciado por el Consejo de guerra su asesino y confirmada la sentencia de ser pasado por las armas, lo dejáisteis escapar Guatemala, donde fué capturado por los agentes de Carrera y confinado al Castillo de San Felipe, sufriendo la pena de muerte consecuencia de haber querido sublevar la grarnición de aquella fortaleza. No os hemos echado en cara lo que la opinión pública aseguró entonces en San Salvador de que en la ejecución del crimen intervino la influencia seductora de personas caracterizadas enemigas implacables en politica, de esa República, con la victima de la «Sociedad» y que se reafirmó con la fuga del asesino, según los periódicos de esa fecha. Ya que no cumplisteis vuestro decreto de Febrero de 1849. decidnos lo menos dónde tenéis sus restos, para que vuestros historiadores no crean, como lo han supuesto, que sus cenizas reposan en un templo católico de Costa Rica, en cumplimiento de ese decreto, y que periódicos de nuestro país tan caracterizados, como la «Prensa Libre. no incurran en error asegurando que el Supremo Gobierno los trajo del Salvador y que descansan en nuestro Campo Santo en estado de completo abandono.
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