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Revelación Esa mañanita habían salido escapados, felices con su blanca inocencia, tranquilos en su dichosa ignorancia de la vida. Áridos de sol, de flores, de movimiento, se internaron en el bosque.
Perseguían los pájaros, las mariposas, los insectos que brillan como piedras preciosas; se perseguían ellos mismos juguetones y traviesos como chiquillos.
Había en sus ojos raudales de luz, había en sus gargantas risas vibradoras y cristalinas, triunfadores gritos de sus almas puras no tocadas aún por el dolor.
Ella tejió guirnaldas de flores y las eiñó en el sombrero de él; él adornó los cabellos y el seno de ella con bellísimos ramos, y así togados y así vestidos con su luz, con sus flores, con su inocencia y con su felicidad, se fueron los grandes árboles donde la sombra es fresca, y la fruta de liciosa.
Hábil como un gimnasta, subió él las copas más altas y de allí le arrojaba las frutas más ricas y mejor sazonadas. Ella las tomaba en el aire y las trituraba con sus dientes menudos y apretados que parecían más blancos aún al hundirse en la roja pulpa.
Después, cansados, encendidas las mejillas, brillantes los ojos, corrieron al arroyo cristalino. Como pájaros sedientos quisieron apagar su sed en la corriente misma, y se inclinaron sobre la limpia onda.
El se detuvo sorprendido como si per primera vez la encontrara en el camino de la vida; la contempió largamente y luego turbado y estremecido la dijo. Qué hermosa eres!
Ella lo miró con fijeza, intensamente. Su frente se cubrió de tímido rubor. Quiso hablar y sus labios palidecieron sin producir ningún sonido.
Quiso reir y su risa había perdido las notas cristalinas, el ritmo vibrador, Presa de un súbito temor se alejó de él. Había una lágrima en sus ojos y una sonrisa en sus labios. Confusos y entristecidos regresaron sus casas.
Era la vida que acababa de hacerles la revelación de su dolor supremo: la revelación del amor!
Mozart y Maria Antonieta Un día que se presentó Mozart ante la emperatriz de Austria, Maria Teresa, ésta se liallaba con sus hijas. Mozart, que tenía seis años, al ir saludar la emperatriz, resbaló en la alfombra y cayó. Una de las archiduquesas, que tenía su misma edad, apresuróse levantarle acariciándolo Gracias. soñora. díjole el niño. Cuando yo sea hombre quisiera ser rico para casarme con vos.
Bien, exclamó la emperatriz, riendo al oír aquel infantil arranque. por qué con esa y no con otra de mis hijas?
Porque ésta es buena contesto Mozart rápidamente. Me ha levantado y me ha besado. Las otras se han reído y se han quedado quietas.
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