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A Eva Prendez En Santiago de Chile PARA adorarte en verso como tú lo mereces, he idealizado un largo sollozo de cipreces, y un bizantino canto de notas armoniosas que tenga de mis lágrimas y tenga de tus rosas.
Tus negros ojos lánguidos me dicen la leyenda de los que mucho sufren en la mortal contienda, y ván huérfanos tristes en pleno desamparo, tras una luz remota, tras un perfume raro.
Tus ojos son el símbolo del comprimido llantojojos dulces de Hada que disipan mi espanto y me siguen dolientes por toda humana parte y son más que la Gloria, que la Pasión y el Arte. Mirando, en mi alba triste, tu amoroso retrato sentí el cielo en mi lodo, viví un siglo en un rato. tus labios de nayade me han contado secretos de las sedas antiguas, de los rasos discretos, y han vertido en el yermo de mi melancolía, ese granito de oro que se llama Poesía.
Tus labios mensajeros de la lejana tierra de promisión; tus labios donde el Azar encierra, como un cáliz de dicha el sutil monosílabo, que forme con el mío el celestial disílabo, y junte un largo bálsamo con una larga herida, en el hospicio inmenso que se ha llamado vida. Tu cabeza de ensueño de novia escandinava y tu silueta fina de la belleza esclava, han vertido en mi alma postumado vergel un perfume de lilas y una gota de miel.
Mi musa te aureola de cambiantes reflejos, oh! tú la novia amada que he entrevisto lo lejos en la penumbra fría de mi Gethzemani, con la ingenua locura de un raro frenesí. 157