Guardar Descargar

Kant, el temperamento reservado de usted comenzaba ya abrirme las puertas doradas de su confianza y las ventanas luminosas de su sinceridad. precisamente, la mañana que tomé el tren que debía separarme de usted en Munich, para llevarme Berlín, inició usted, pero dejó interrumpida, la exposición franca y sencilla de sus ideas sobre dos temas que me interesan mí por encima de todas las cosas. qué temas son esos? preguntó la joven, curiosa. El primero se lo enuncié en Munich en forma de pregunta; y fué la contestación de usted la que el pitazo del tren interrumpió en mala hora. Se la repetiré. Pretende usted. y yo se lo creo, puesto que usted lo dice gue su corazón ignora aún las ansias curiosas y los goces inefables de lo que los hombres llaman amor. Pues yo pregunto. qué atribuye usted esa casualidad, siendo como lo es usted una señorita más que linda, bella; y más que bella, espiritual. Atribuyo, señor curioso, eso que usted llama casualidad, que desde muy niña fuí sometida a la fuerte disciplina de las Humanidades y de los estudios serios; mi cerebro se ha desarrollado al calor de la Filosofía, de la Literatura clásica y de la Historia. Ahora bien, yo tengo para mí que las facultades pensantes se desarrollan en razón inversa de las sensibles sensitivas. Hoy me considero incapaz de regar una lágrima de amor de cualguiera otra clase. Oh! contradicciones del pensamiento humano, exclamó irónico el literato argentino. todavía afirman los poetas gile la única misión en la vida mortal de la mujer bonita es la de amar! Los artistas opinan que so.
lamente en las mujeres feas, es decir, anómalas, se concibe la incapacidad moral para amar. los tratadistas del arte musical hacen palpable esa difereneia, comparando la mujer bella un acorde asonante, es decir, que necesita de otro para no quedar en suspenso, incompleto; mientras que la eva inarmónica és un acorde consonante, en este sentido, que se basta sí misma. Pues todas esas teorías caen por tierra ante el ejemplo de usted, que es el acorde asonante más bello en el arte sublime de la Armonía!
Pasemos al tema segundo, interrumpió Bertha, sonriendo.
El tema segundo también lo toeó Ud. incidentalmente el año próximo pasarlo, momentos antes de decirle adiós. Me refiero sus opiniones sobre los pueblos nuevos de Hispano América. Son pueblos quijotes, como su padre, replicó la preciosa yankee con aire doctoral; pueblos ilusos, pueriles y bulliciosos. Están haciendo pinicos en la vida de la civilización. Mucho he viajado por esos pueblos. Me parecen muy interesantes por las esperanzas que encarnan para lo futuro; considero que en breve serán superiores, incomparablemente, al pueblo admirable que los trajo la vida. Por ahora, son sencillamente ridiculos en todo, en Ciencias, en Arte, en Administración pública. Pueblos inteligentes, son perezosos inconstantes. Su literatura de relumbrón no revela originalidad ninguna. la manera de los españoles peninsulares, cada escritorcito se tiene creído que es un portento. si por ventura recibe, autógrafa, una de esas cartas elogiosas que suelen escribir los literatos españoles como reclamo para sus obras, eso basta para llevarle al convencimiento de que la entrado difinitivamente en la inmortalidad! Guillermo estaba tan sorprendido de oír una americana hablar con tanto convencimiento de esas cosas, desconocidas aún por los letrados sajo.
nes, que pasó desapercibidas las beliezas florales que lo rodeaban, muestra gloriosa de la eterna colaboración del Arte con la Naturaleza. Mientras tanto, habían vuelto la casa. Bertha condujo su huesped su cuarto de estudio, le brindó un asiento al lado de una ventana, delante de la cual se extendía un paisaje admirable, y prosiguió: 161