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Así vive Aleko. Ha olvidado la malicia del destino ciego. Las pasiones ya no juegan von esa alma docil, ya no hierven en ese corazón lleno de remordimientos. Lo han abandonado las que jugaban con su alma, las que ervían en su corazón. Será para siempre. Se despertarán algún día. Que las espere! IV Zemfira. Aleko, dime ¿no te arrepientes de haber abandonado todo lo que tenías?
Aleko. Qué he abandonado. Zemfira. Tu lo sabes. una familia. las ciudades.
Aleko. Arrepentirme yo de lo que he hecho. Si tú supieras, si pudieras imaginarte la esclavitud de esas ciudades en donde uno se sofoca! Allá los hombres amontonados, jamás han respirado el aire fresco de la mañana, ni los perfumes primaverales de las praderas. Tienen verguenza de amar. El pensamiento. lo buscan lejos de ellos. Hacen de su libertad una mercancía. Arrastrándose los pies de sus ídolos les piden salud, fortuna y cadenas. Qué he abandonado. Traiciones. preocupaciones sin núnero, odios insensatos de la muchedumbre y el deshonor resplandeciendo en la cumbre de las sociedades.
Zemfira. Pero allá, donde se ven grandes palacios, con tapices de mil colores, fiestas bulliciosas y mujeres bellas vestidas con ricos trajes. Aleko. La alegría de las ciudades! Vano ruído! Allí no hay amor!
Allí no hay amistad! Allí no hay compasión! Allí todo es falso. Las mujeres. ah! tú vales más que todas ellas, tú que no tienes necesidad de sus ricos atavíos para aparecer hermosa. Tú que no usas ni perlas, ni collares y, sin embargo, eres bella. Tu no me engañarás. ellas iesa es su principal sabiduría! Mi solo deseo es el compatir contigo el amor y la paz en este destierro voluntario.
El anciano. Dices que nos amas pero no se habitúa fácilmente la libertad el que ha nacido rodeado de lujo. Escucha una historia muy conocida por todos nosotros: Un día llegó nuestro campamento un hombre del Sur, desterrado por su rey. Su nombre bizarro lo conocíamos todos, hoy lo hemos olvidado. Tenía el don divino del canto y su voz era suave como el murmullo de las aguas. Todos lo amaban, era el encanto de los ancianos y de los niños que escuchaban con religiosa atención sus tristes cantares.
Todos le servían con solicitud, unos le ofrecían su caza, otros su pesca y cuando el invierno con sus manos de hielo se entretenía en ocultar las aguas del Danubio, le preparaban al desterrado una cama suave con calientes telas trabajadas por nuestras mujeres. Sin embargo, no se acostumbró nuestra vida de miseria. Errando por las orillas del río se lamentaba sin cesar y por sus mejillas marchitas corrían lágrimas amargas al recuerdo de su lejana patria.
Al fin moribundo pidió que sus restos fuera llevados hacia el Sur, su patria. Creía que aun muerto, no podría encontrar reposo en país extraño.
Aleko. He ahí la suerte de tus hijos, Roma, soberana del mundo.
Cantora de los amores y de los dioses, dime. Qué es la gloria? Es un eco que sale de una tumba. Es un grito de admiración que se repite de edad en edad. Es la relación que hace un salvaje bohemio al abrigo de una barraca ahumada. Continuará. 170