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Ellos ignoran todo lo que es placer y no apetecen sino un puñado mísero de pasto para calmar chambre de sus vientres.
No juegan: el dolor los tornó graves.
No retozan: están muy tristes siempre.
Cuando al clarear el alba los pastores conducen el ganado al campo verde, los ternerillos brincan de alegria, los potros riñen amorosamente con las jóvenes yeguas, las ovejas. que miran como miran las mujeresvan en nutridos grupos jugueteando por la empinada senda hasta perderse tras la silueta de una loma. sólo los pensativos, los adustos bueyes andan con lento andar, las poderosas cabezas inclinadlas tristemente, como si aún pesara soirre ellas el humillante yugo.
Cuántas veces con mirar resignado contemplaron sus cansadas pupilas, la ténue claridad del crepúsculo, el idilio de un bravo toro, lleno de altiveces, con una mansa ternerilla joven de ancas llenas, redondas y lucientes. ellos no aman ya. Son los eunucos que en el harem del campo languidecen mirando las caricias que se hacen el sultán de las bravas altiveces y la sultana de ancas opulentas. veces lucen sus pupilas breve relámpago ardoroso.
Acaso olvidan su triste condición! Quizá recuerden el luminoso tiempo en que ellos fueron también sultanes del harem campestre.
Pero es sólo un relámpago y bien pronto se extingue: entonces sus miradas vuelven ser dulees, süaves, resignadas.
Entonces sus pupilas nuevamente giran con grave lentitud y nada pone viveza en ellas; permanecen clavadas en el suelo y nada miran, nada ven, nada observan, nada advierten.
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