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dulces. Tu eres cruel y atrevido. Comprendes ahora porque no podemos vivir juntos? Es preciso que nos separemos. Adios, Aleko, que la paz sea contigo.
Dijo.
Con gran ruido la tropa se levanta apresurándose abandonar aquel campamento siniestro. Muy pronto todos desaparecen en la lejanía de la és.
tepa. Sólo un carro, cubierto con nna tela agujereada, permanece como abandonada en medio de la llanura.
Así como al acercarse las nieblas invernales se ve volar, con gran ruido, hacia el Sur, una bandada de grullas y una de ellas, alcanzada por el proyectil funesto del cazador permanece arrastrando su ala herida, así la banda de bohemios tendió el vuelo hacia otras tierras dejando perdido en Ja estepa el carro de Aleko.
Cuando la noche llega todo permanece en silencio. Delante del carro abandonado no brillan las hogueras. Bajo su cubierta nadie duerme hasta la aurora. Allí no se escucha ya el granido del oso al morder impaciente su cadena ni el aullido de los perros al oír la gaita que ronca. XII EPILOGO. Así, con el poder de los versos, reviven en mi memoria las ilusiones de los días transcurridos entre el fastidio y el cansancio.
En esos lugares en que durante mucho tiempo han resonado los gri: tos de guerra, en los cuales el moscovita ha mareado una frontera al turco, es en donde nuestra vieja águila de dos cabezas escucha repetir con entusiasmo sus glorias pasadas.
Allí, en medio de la estepa, cerca de trincheras arruinadas, he encontrado los carros de los bohemios, esos hijos pacíficos de la libertad.
Pero la dicha no se encuentra en ninguna parte. Entre vosotros, pobres hijos de la naturaleza, y bajo vuestras tiendas agujereadas hay siempre sueños que son suplicios, hay siempre ambiciones, hay siempre dolor.
Nómadas! El desierto mismo no os puede dar abrigo contra las pasiones ni contra el crimen.
El hombre en todas partes es la presa destinada a la voracidad de las pasiones.
En todas partes se cumple el destino inexorable.
CÓMO ENVEJEGİ Dejé la luz un lado, y en el borde De la revuelta cama me senté, Hudo, sombrío, la pupila inmóvil, clavada en la pared. Que tiempo estuve así? No sé: al dejarme La embriaguez horrible dolor, Expiraba la luz, y en mis balcones Reía el sol.
Ni sé tampoco en tan terribles horas En qué pensaba qué pasó por mí; Solo recuerdo que lloré y maldije, que aquella noche envejecí.
GUSTAVO BECQUER 199