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ba un buen ingenio para describir; y una gran imaginación para concentrar en una frase, los resultados de un hecho la pintura de una persona.
Sus costumbres, encerradas en la más rígida morai, han sido la medicina que ha prolongado por tanto tiempo una naturaleza por demás trabajada. Su vida de fainilia nunca fué alterada; el método y el orden regían su casa; horas fijas para dormir, trabajar, comer y descansar. Prefirió bebidas sanas, con exclusión de todo alcohol; él, solo usó agua y café: siempre mostró aversión a toda bebida confeccionada en las boticas.
Sólo jngué una vez, me dijo hace años: era yo muchacho y entré en una casa de dependiente. Ganaba media onza al mes y al cabo de largo tiempo pude rennir seis. Cobré mi plata, me despedí del principal, y apenas puse los pies en la calle, se unió mí un amigo enterado de mis fondos. Me animó que doblara las seis onzas jugando; y al fin, me pareció bueno el negocio. Jugue con él y otros camaradas, y, concluí, por quedarme sin una peseta. Doblo, efectivamente, las bolsas vacías: aquella fué la primera y úl.
iima vez que he jugado, Estas solas cualidades, serían suficientes para mirar con respeto la memoria del insigne anciano que ha pocos días bajó la tumba, sinó le adornaran otras de mas estima y de más positiva utilidad para Cartago, para la República y para la humanidad entera.
Durante su larga vida de familia, ha dado al país trece hijos, que aunque algunos murieron en la juventud, hoy constituyen once hogares son una prole de 51 nieis cuatro bisnietos formando su directa descendencia el número de 70 individuos. El solo título de Jefe de una familia tan numerosa impone respeto y admiración.
Con razoi un periódico le llamó Patriarca: pues no sólo por el número, sinó Įir sus costumbres, la imaginación se traslada los tiempos de Abraham, Jacob y los ancianos que, la puerta de Jerusalen, dirimían lo tuyo y lo mio, sin grandes alegatos, fundados en la conciencia y en la ley de lo justo.
No de otra manera ha goberdado su familia el señor Pacheco. Dentro de ella, era la única autoridad: hijos, nietos, sobrinos Troyo, Sáenz, Cabezas, y Pacheco Coper acudían su consejo para resolver, y respetaban su fallo, como palabra sngrada, sin que una vez, cualquiera de ellos, protestara de injusticia apasionamiento. La voz del abuelo ahogó siempre las diferencias y rencores; les rutes excitados parientes, salían de ss presencia amigablemente unidos, riéndose de la molèstia, ante la sujestiva palabra del anciano.
Reservate y político, ha impreso su carácter en todos sus hijos; quienes con un excepcional talento, tratan los asuntos con mesura y prudencia, siempre, hasta donde alcanzan las circunstancias, y la discreción aconseja.
Sus hijos, aunque muchos, no constituyen más que uno sólo. La indicación de cualquiera de ellos, es la expresión de todos en los nobles sentimientos de fraternidad; y aunque se respetan por sus distintas opiniones, la voz de familia y dei honor, un tiempo sienten levantan con altivez la frente para defender el honrado apellido de su padre.
Con tesón trabajó éste para educarles, según sus condiciones y afición particular, y hace años, que tuvo el placer de ver instalados, sus hijos. Todos de inteligencia privilegiada, ocupan puestos respetables unos, y otros dedicados con provecho la agricultura y al comercio.
En más de una ocasión, hablando con él, se enorgullecía de su familia, y de que, si grandes apuros le habían costado sus hijos, estaba pagado con usura con su cariño y desprendimiento. He hecho, decía, una gran caja de a torros, de la que, ya estoy disfrutando intereses crecidos y asegurada, con me tranquilidad, la vida que me reste.
No comprendo, añadí, como los padres en general, no se preocupan por educar bien su familia; pues, siempre son los primeros en recoger el 244

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