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fruto de sus afanes en los desvelos que después los hijos le retornan. Sus ideas se cumplieron en su familia. Cansada ésta de verle afanado en edad tan avanzada, por fuerza, le alejaron de sus negocios y le jubilaron para que viviera sosegado y tranquilo, después de haber cumplido su misión de buen padre y excelente ciudadano.
En compañía de uno de sus hijos vivían los ancianos Pacheco en San José, concretados disfrutar del cariño de todos y pasar la vida, como dijo el poeta, ni envidiosos ni envidiados, en medio de la atmósfera que su edad y costumbres les permitían.
Su afán de trabajo, y entusiasmado con las descripciones que en la prensa se han hecho de la planta sanseviera, tomó con calor el asunto, y hará un mes, se trasladó Orosi, preparo terreno y sembró como doscientas matas para dar ejemplo, como él decía, los agricultores, do que ninguna idea debe deshecharse; pues la prueba en pequeño, nadie compromete, y puede con el tiempo ser la futura riqueza del país. Era un viejo con alientos juveniles y un espíritu que no se amoldaba a la inacción.
El día antes de sufrir el ataque, acompañado de su señora, dedicó toda la tarde pasear por el Parque Nacional, como pudiera haberlo hecho en los buenos tiempos de su juventud, enamorado y solícito hacia su inseparable amiga.
Los hijos, de común acuerdo, trataban, en vista de su buena salud, de celebrar el quince de abril de mil povecie cinco con una fiesta expléndida, regia, si asi puede decirse, para conmemorar las bodas de oro de sus queridos progenitores. Sin duda los días estaban contados, y el quince de este mes, un año antes, salió don Jesús para Cartago, para ver sus otros hijos y nietos, y las doce del mismo día fué acometido de un ataque al corazón, que a los tres días de sufrir, dejó de existir. Rara coincidencia! La providencia, el destino fatal que rige los actos humanos, le trajo descansar al punto donde viera la luz primera.
Desde el momento que circuló la noticia, la sociedad en general de Cartago, se apresuró visitar la casa de don Jesús Pachecs, hijo, en donde se encontraba el enfermo, anciosa de adquirir noticias favorables de su estado y de ofrecer sus servicios a la familia.
De día y de noche la concurrencia fué numerosa, no sólo de esta ciudad sino de San José, de donde venían los amigos del enfermo y de sus hijos, con la esperanza de hallar alguna mejoría.
Los doctores desde el primer momento pronosticaron un fatal desenlace, y sus esfuerzos no alcanzaron lo que su buen deseo pretendía.
Al tercer día se presentó en el anciano enfermo un pequeño despejo, que hizo concebir a la familia alguna esperanza; mas él con calma y serenidad se preparó morir cristianamente recibiendo los auxilins de la religión.
Cumplido este deber, llamó su nieto mayor, y en su cabeza, bendijo a toda su descendencia. Solemnente después dijo: Pido perdón todos los que haya ofendido; y perdono a quien me haya hecho algún mal; así, como pido Dios me perdone.
En el momento de su muerte, su compañera de 49 años, estaba allí arrodillada, besando las manos que tanto tiempo la sostuvieran y acariciaran; y sus hijos, mudos por el momento solemne y el dolor, dirigían alternativamente sus miradas al moribundo padre y la entrañable madre, quien hallaría en su desconsuelo varios hijos; pero otro esposo, jamás. Momento crítico que se siente; pero no se describe! las nueve de la mañana del día 19, los hijos del finado trasladaron en hombros la caja que contenía los restos de su inolvidable padre desde la casa mortuoria la Iglesia de San Francisco, colocándola en el catafaico, y dejándola encomendada los nietos y amigos, se retiraron con las lágrimas en los ojos a la casa, para cumplir otro deber: consolar la afligida madre.
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