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PÁGINA (de un estudio)
XII Entre las numerosas escenas que dejaron recuerdos agradables en los jóvenes ninguno les llamó tanto la atención como las de los bailes populares efectuados en Puntarenas la noche del quince de Setiembre con motivo de la fiesta nacional.
En el Puerto, Eugenio pado observar muchas costumbres desconocidas en el interior de la República; conoció también que la expresión de los sentimientos de aquel pueblo amable y complaciente no obedece en nada a las exigencias sociales: ni a la cortesía comprometedora, ni a la etiqueta fastidiosa.
En su cuaderno de apuntes anotó con satisfacción que no conocía en Costa Rica una gente tan hospitalaria como aquella, y que en tres días de regocijos populares, no había observado esa tendencia a la discordia y al escándalo de que hacen gala los habitantes del interior.
Acompañados por dos simpáticas morenas, hijas del ardiente sol porteño, que habían sido condiscípulas de Cordelia, los jóvenes esposos asistieron al baile del tamborito que constituye uno de los cuadros más originales en las costumbres costarricenses y es, para los que se dedican al estudio de la música y del baile, una representación de los primeros adeantos alcanzados por el hombre en sas artes.
Bajo un cobertizo rústico y en un entarimado bastante espacioso, se reunían personas de ambos sexos que conversaban con animación inientras la orquesta se preparaba para dirigir la danza con los sonidos evocados en sus instrumentos.
Al empezar la música, las miradas de los presentes se dirigieron hacia el grupo que en un rincón formaban los cuatro ejecutantes. En medio de éstos, un campesino muy serio, que llevaba el cuello protegido por una toalla, sostenía un viejo violín con el brazo izquierdo extendido hacia adelante, mientras que su derecha arrancaba con el arco unas cuantas armonías de las cuatro cuerdas del instrumento. un lado, apoyando uno de sus pies en el banco que oculpaban sus compañeros, otro campesino de semblante muy alegre frotaba con rapidez la guaracha: dos pedazos de palmera labrados que, al pasar uno sobre otro, producían un sonido que aumentaba en intensidad cada vez que el riolín lanzaba una nota aguda.
El tercer ejecutante apoyaba la rodilla izquierda sobre un tambor ordinario que estaba colocado Fot. Tristán 263