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sa del vecindario donde un matrimbero recién llegado de Bagaces, iba tocar algunas piezas de su repertorio en honor de aquellos simpáticos josefinos.
Eu el patio de la casa, bajo un árbol de escaso ramaje, tom asiento el joven bagaceño. La marimbat que llevaba era pequeña, angosta, formada de calabazas liecas cuyas bocas estaban medio cerradas por reglas de madera de diferentes tamaños.
De la parte inferior de esas reglas salia un bejuco en forma de semicírculo sobre el cual debía sentarse el matrimbero para sostener el ins trumento en la debida posición. En cada una de sus manos llevaba dos bolillos de cabeza ancha con los cuales golpeaba las distintas reglas de la marimba produciendo así sonidos que combinados con gusto se resolvían en los valses y las mazurcas de mas aceptación en aquellas regiones.
El joven bagaceño tocaba con tanta destreza que muy pronto se colocó ante el una pareja que empezó a ejecutar el baile suelto que tanto les había llamado la atención a Cordelia y a Eugenio en la noche anterior.
El muchacho levantaba los brazos y con su sombrero en la derecha hacía, aire para refrescar el rostro de su compañera que graciosamente bailaba levantando de vez en cuando su delantal de una blancura extremada.
Eugenio contemplaba aquel cuadro con atención; aquella escena desperto en su cerebro muchas otras, entre ellas las relaciones encantadoras que le hacía su padre al volver de sus continuos viajes por aquellos lugares. Se acordó de la descripción detallada que, una noche en que la luna resbalaba su disco brillante por la inmensa llanura del cielo, le había hecho, del baile de marimbit su padre anciano. Se levantaron eu su cerebro muchos recuerdos tristes y, cuando terminó de tocar el bagaceño, el joven suplicó a su esposa retirarse lo mas pronto posible.
Desde aquel día se retrajo por completo en la casita solitaria que el matrimonio ocupaba en Esparta sin querer efectuar más excursiones por los alrededores. Cordelia reclamaba a menudo el paseo ofrecido al presidio de San Lucas y la visita al pueblo de Miramar y Eugenio siempre contestaba con frases evasivas que extrañaron a la señora acostumbrada a efcontrar en el un marido amable y complaciente.
JOSÉ FABIO GARNIER. Procura corregir en tí mismo cuanto te disguste en los demás. Observa con cuidado la conducta y modales de los que se distinguea por su buen porte y procura evitar las verdaderas perfecciones de la buena sociedad en que te encuentres. La diferencia entre un hombre bien educado y un malcriado, consiste en que el primero te cautiva, y el segundo te repele. Amas al uno mientras no encuentras razóu para odiarlo; aborreces el otro mientras no tienes razón para amarlo. El amor de la virtud es el amor de nosotros mismos.
Educa desde temprano tu corazón con las máximas de la prudencia diaria y los axiomas de los deberes religiosos; la perfección de nuestra conducta depende de la pureza y sabiduría de nuestros pensamientos habitua.
les.
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