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Gritos Soy Prometeo.
Encadenado a la roca de mi dolor, el silencio, buitre sombrío, me roe las entrañas.
Dios! me has quitado las lágrimas y aún creo en ti. Ni si quiera tengo el alivio de la blasfemia.
Tengo hecha la horrible conquista de la verdad; soy infalible. Que todo árbol tiene en el fondo la carcoma; que toda flor es palacio de asqueroso insecto; que toda alma es un drama; que el hombre es falso y la mujer débil: he ahí mi ciencia. Mi mano ha revuelto el inmenso lodazal, y ha encontrado esto: la mentira. Traedme la criatura incaíble. Dónde está?
Esta larva que se llama el hombre, se disfraza de mariposa; adquiere las alas, pero sin dejar el gusano.
Vivo en la sombra.
No me quejo, por que estoy disgustado de mí mismo. No tengo derecho quejarme; nadie lo tiene. pesar de todo, siento que yo también soy podredumbre y cieno.
No me quejo, pero odio.
El refrenamiento de mi dolor, hace los desbordes de mi cólera.
Sí, odio, odio mucho. Herir, herir hasta el alma, recrearme en la agonía, eternizar la muerte, de modo que el extertor fuera sin término, que el paroxismo no acabara nunca. Quisiera llorar. La tristeza es muy dulce, muy dulce. Ah! irse lo ignorado de una selva, en donde jamás haya caido la impura huella humana, y esconder entre las manos la cabeza, y deshacerme en lágrimas, hasta que en el corazón no quede nada, nada, y llorar, y llorar, y al venir la noche, romper en grito desesperador, hasta que el lamento acabe con la vida, hasta que la última lágrima se vaya con alma. Me abruma esta máscara. Esta risa hipócrita me causa tedio. Por qué no me hago niño? Por qué no correré, cada punzada del dolor, con los ojos húmedos y tembloroso el cuerpo, buscar el dulce regazo de mi madre?
Madre mia!
Oh sí! esa es la única queja que debe salir de la boca del hombre.
Madre! Aurora, areo iris, estrella, amor sin término, amistad que no muere, fidelidad que no desmaya, flor de eterno aroma, alma hecha de luz, único ser digno de Dios. Madre! Urna de oro, manantial de todos los sacrificios, de todos los consuelos, de todas las dulzuras, de todas las alegrías de la tierra.
Madre mía! por tí soy bueno, por tí no me ahoga el lodo, por tí soy clemente, por ti me salvo de la soberbia y de la ira. través de la distancia, veo tus ojos en que el amor palpita, fijos sobre mí; te veo cuando por la mañana subes al Cielo tu primera oración, que es por mí; te veo, cuando al buscar tu pobre lecho, alzas María tu última plegaria, que es por mí; te veo cuando rendida al sueño, brota de tu pecho un suspiro, que es para mí.
Nadre mia! Pide Dios que me devuelva mis lágrimas. Ve que estoy triste, que las dudas me asaltan; que las tinieblas me abruman, que la eterna noche vive en mi alma.
Plegarias tuyas, no se pierden; Dios sonríe cuando las madres ruegan.
La paloma. plegaría no puede salir de mi corazón, porque no está en él. El odio, el rencor, la venganza, la cólera, el inmenso zarzal aleja de mí las blancas avecillas de la oración y de las lágrimas. luego, de los labios del hombre, brota la súplica tocada de impureza.
Necesito llorar.
Madre mía. Dios mío. ALBERTO MASFERRER, 267

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