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strasse. Allí estaban el Emperador, la Emperatriz, los grandes dignatarios de la Corte, los generales comandantes de los cuerpos de ejército pasados en revista aquel día, los jefes veteranos de la guerra de 1870, ete.
Pocas ceremonias, en verdad, dan mejor idea de la soberbia de la fuerza humana, como esas grandes paradas de que Guillermo II conserva el secreto!
En uno de los salones más retirados del palacio del Canciller alemán, huyendo quizá del bullicio imperial, aquella noche de setiembre, una joven pareja danzaba despacio, sin prestar atención al compás de la orquesta, como absorbida en un diálogo interesante.
Era ella una rubia de dieciocho años, reflejo admirable de la legendaria belleza de la reina Luísa de Prusia. Ojos ovales de un azul puro de cielo tropical, simbolizaban la esperanza del sol que debía calentar aquella alma.
Una boquita pequeña tan diminuta, que hubiera sido imposible besarla por algún lado, sin comprenderla toda entera en el beso.
El joven era un estudiante extranjero, que seguía los cureos libres de una escuela militar.
Después de las primeras vueltas del valse, la niña, con una voz excepcionalmente dulce, preguntó su compañero: Ud. es noble, verdad?
Semejante pregunta sorprendió de tal manera al aludido ciudadano de una democracia que le entró la tentación de una mentira, y replicó. Sí, señorita, soy noble.
Al. exclamó ella; mí se me había puesto. De veras?
Si, desde que lo ví. Cómo se llama usted?
Mi nombre es Roberto Bonito nombre; pero Roberto de qué?
Eso no se lo digo, porque mi apellido es muy difícil de pronunciar.
Y, después de una pausa, el joven agregó: de permitirá Ud. ahora preguntarle por sus calidades?
Yo me llamo Lydia, baronesa von Elsner, contestó elia de segui.
da, bija de Federico Carlos von Elsner, Coronel de los Húsares de la Muerte, difunto desde hace cinco años. Era mi padre un hombre alto, como Ud. y muy violento. Cuando se enojaba en casa, tenía la costumbre de levantar la pierna derecha y de dar un espolazo en el centro de la mesa, la enal dividia casi siempre en dos partes; aunque muchas veces era la espuela más bien la que se quebraba en pedazos.
Antes de venir Alemania, no conocía yo ese regimiento de Húsares de la Muerte, que me parece muy interesante, repuso el joven. Mi padre repetía a menudo, como una lección, la historia de ese cuerpo. decía: El Duque Carlos Guillermo. Fernando de Brunswick fué un tanto desgraciado en la existencia. En 1792 firmó, contra su voluntad, el Manifiesto de Coblentz la nación francesa, redactado por el marqués del Limón y aprobado por el Emperador de Austria y el Rey de Prusia. Ese Manifiesto lo llevó a una derrota. En 1806, la edad de setenta y un años, hubo de tomar el mando de generalísimo de las fuerzas prusianas contra Napoleón. Ese mando lo llevó a la muerte. Cuando, herido en Auerstaedt por las balas de Davout, el Duque de Brunwsick murió en Altona, su hijo Guillermo Federico juró vengar su padre y hacer toda su vida a los franceses una guerra sin cuartel. Ea ejecución de ese juramento, fundó el cuerpo de Iisares de la Muerte, de legendaria audacia, cuyo uniforme es negro, con el dibujo, delante del kepis, de una calavera blanca, en medio de dos huesos de tibia, cruzados en forma de equis.
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