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Mil gracias, baronesa, por una explicación tan completa, concluyó Roberto. las dos de la mañana se terminó aquella aplaudida fiesta, sumamente celebrada por las crónicas de la Prensa de Berlin.
Lydia y Roberto se dieron cita para verse el siguiente din en el teatro de la Opera, cono ¿Quien podría definir el punto donde termina la amistad, para dar principio al amor? Serán distintos, por esencia, esos dos sentimientos; se confundirán en uno solo algunas veces?
Una cosa está fuera de duda. y es que la amistad es el camino más natural hacia el amor. pues las pasiones que el simple aspecto de an ser ocasiona, son casi siempre nacidas del instinto brutal de la sensualitiad, antes que del verdadero amor. Generalmente no se ama, sino lo que se estima, y más todavía, lo que se admira. Tal es el sentido del aforismo de la Condesa Diana, según el cual, es preciso tener que mirar hacia arriba, para contemplar el objeto que se ama.
Ahora bien: es en el seno de la amistad en donde los seres se conocen, se estiman. o se repelen y desprecian. Entre Lydia y Roberto nació, desde el primer momento, una amistad profunda, no obstante que el joven, de aire militar, había dejado sin darle una gran parte de su personalidad. Lydia ignoraba de él su apellido, su condición de fortuna, su nacionalidad.
Sin embargo, el día que no se veían, eran desgraciados. Elia decía con una gracia ideal, que ese día no podía comer ni dormir. El propio misterio que, con insistencia, envolvía al extranjero, la atraía irresistiblemente. Una vez, al despedirse las ocho de la noche, dijo Lydia su amigo. He comenzado bordarle una docena de pañuelos, y deseo conocer sus iniciales para entrelazarlas. Además, es urgente que me diga cuál es su título nobiliario, para determinar cuantos florones (lebo ponerlo al blasón que va encima de su monograma.
Roberto se sonrió, agradablemente sorprendido por tan dulee intención. comprendiendo que no era posible hacer durar más tiempo la original mentira, replicó. Fué una simple broma la que le dije la otra noche, Lydia, en el baile del Canciller: yo no soy noble ni tengo título heráldico de ninguna clase. Ella abrió cuan grandes eran sus hermosos, azules ojos, como si estu.
viera oyendo un absurdo. con visible emoción, preguntó. Entonces Ud. es, por lo menos, miembro de alguna Embajada?
Tampoco, replicó Roberto. En ese caso, agregó ella triunfante, no creo que Ud. no sea noble. por qué motivo?
Sencillamente, porque sin serio, sin pertenecer una Embajada extranjera, no habría podido entrar el dos de setiembre la recepción del Canciller del Imperio. Pues eso se lo explico yo de seguida, contestó Roberto en tono ya de discusión. Entre las cartas de recomendación que traje Berlín, venía una de un amigo para el Vizconde de Manneville, Segundo Secretario de la Embajada de Francia en Alemania, y ese señor me hize invitar. Se da Ud.
por convencida, Lydia?
La niña parecía luchar contra la evidencia, resistiéndose creer una cosa que, manifiestamente, le causaba pena. con un aire escéptico y casi malicioso, termino: Bueno, bueno: hasta mañana. No quiero que liablemos más de cse.
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