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British Museum Autógrafos Sin necesitar esta coleceión del pensamiento, recuerda gestos, actos, vidas. través de ella se oyen voces reales. Algo de la luz que es luz y que, sin poder volver a su foco, flota antes de extinguirse hay en estos acentos que subsisten, mientras se aleja el alma de que partieron. Wellington, en una hoja de papel, detalla antes de Warterloo su caballería. El Napoleón inglés, murmura al lado na amigo. Si le respondemos. es decir, el de los ingleses, que no es, sin dnda, el del mundo. Nuestro amigo se eacrespa; pero una espiritual señora interviene: nadie se le ha ocurrido, hablando do Napoleón, decir el Wellington de Francia. Federico el Grande, con tachas y borrones, escribe un juicio sobre Carios XII: Encuentro en todos los libros que hablan de este príncipe, elogios magníficos de su frugalidad y continencia; pero veinte cocineros franceses, mil concubinas en su séquito, no hubieran jamás hecho su reino la céntesima parte del perjuicio causado por su ardiente sed de venganza y su deseo in moderado de gloria. Tenía más de Pirro que de Alejandro. Débesele imitar eon cireunspección: deslumbra y puede extraviar a la juventud ligera y fogosa. En toda la página que extractamos se siente la simpatía del autor por el príncipe, como si con pesar se viera forzado decir lo que debe. De Nelson hay una carta Lady Hamilton.
Está eserita con la piuma misma con que escribió su célebre orden del día: La Inglaterra espera que cada cual cumpla con su deber. Los rasgos son poco firmes, y no dejan adivinar el carácter del almirante. El enemigo diceha tomado sus posiciones, y espero concluir esta carta si el cielo me lo permite. la concluyó, en efecto, pero Trafalgar fué su tumba gloriosa.
El capitán Hardy, que hailo la carta, se encargó de entregarla. Otro autógrafo es un bosquejo de la batalla de Abukir. Hay una línea desplegada de buques marcados por eírculos, y en otro rincón de la hoja, una línea en pelotón, formando un ángulo obtuso con la primera. Una carta de Carlos á la reina María de Inglaterra, es curiosísima. Placa de arabeseos en líneas casi rectas, sin orden ni armonía, apenas lisible, deja entrever que se trata del casamiento de Felipe II. Casi al lado, hay un libro de anotaciones de María Estuardo y una carta. En el museo Kesington veíamos ayer un pomo de perfumes de María Antonieta, y esta carta nos recuerda como perseguimos en el cristal la extinguida sombra de una mano. querer decir la sensación de los objetos de dos jóvenes reinas, que fueron hermosas y amaron Francia, y subieron del patíbulo la gloria, valdría querer corporizar el perfume, desvanecido 300

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