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musa provinciana que se ha dejado conducir por las luces puramente naturales, sin reflexionar que existe un arte de la tragedia y que Aristóteles babía dejado sus preceptos. Ah! cuánto mejor le hubiera sido no empelucar tanto esa provinciana musa, pecar más en su juventud, oírse más así mismo, y no conocer ni los fragmentos de Aristóteles, ni las interpretaciones de Aubig.
nac. Goethe decía Eckermann; Shakespeare no respetó las unidades de tiempo y lugar; pero sus obras, llenas de conjunto que es fácil ver, hubieran hallado gracia ante los mismos griegos. Corneille debió ocurrírsele lo mismo. Voltaire le hubiera dicho salvaje, es cierto, pero de tal dolor si le era dado oir podía consolarle el saber que Moratín, aplaudiendo Voltaire, le llamaba loco. Schiller, ingenuamente, escribe Koerner sobre materias domésticas. Alguna vez dijo Heine, algo como esto. Los alemanes aman la libertad como una abuela, los ingleses como una esposa, y los franceses como su querida. Después de leer la carta, a pesar del drama revolucionario Los Bandidos, nos imaginamos Shiller de tal modo, que la frase del humorista resulta cierta. Al lado de Schiller, Goethe. En cuatro rasgos, devoiviendo unos manuscritos, el Júpiter rabia como un simple mortal y explica las causas de una polémica. Después, Heine escribe en francés un redactor de El Tiempo. Con qué curiosidad enternecida se miran esos renglones de 1:34, de la mano que puso tánta amargura y tánta lágrima en el Intermezzo!
Pero no hay nada del poeta, de ese enfermizo ser de elección, que Schumann debió de amar como a nadie; de esa flor amorosa y melancólica, que es posible supiera que el sol existe, porque dicen que la luna brilla en las noches con su reflejo. Hay del otro, del sarcástico, del que, próximo morir: cómo estoy de débil! exclamaba. no podría ni siibar un drama de monsieur Scribe! decía Berlioz. Usted verme. Siempre tan original. aludiendo, sin duda que los amigos le tenían abandonado. está de mal humor, en inmensa soledad, sin hablar con nadie, rodeado del bosque y de ingleses. Le devuelvo dice el libro de Goethe. Es sin duda interesante.
Pero eso es escribir un libro sobre un tema que se quiere esclarecer para no decir la verdad. Sabe usted la causa del abandono de Lilí? El orgullo de Guthe, sólo el orgullo. Porqué entonces no lo dice. Victor Hugo escribe Grifin declinando el honor de corregir su biografía, y sienta esta tesis: Los hechos inexactos son menos graves mis ojos que la inexactitud de las apreciaciones. Teníamos el candor de creer que un autor puede, de su biografía, corregir los hechos, y no el juicio formulado sobre su persona. De Walter Scott, está el manuscrito de Kenilworth. Es un documento curioso por su limpieza. Se ve que el autor, después de tener su asunto, escribía de un soplo, sin la fatiga del angustioso esfuerzo. Las églogas de Chatterton y el Childe Harold de Byron están en el mismo escaparate; y en hojas de papel azul, con tachas de bulto, hechas nerviosamente, el último capítulo de la Historia de Inglaterra de Macaulay. Después, son pentagramas cubiertos de notas. Mozart, Beethoven, Mendelsohn, tienen originales para órgano, y en caracteres casi microscópicos liay de Wagner el coro del pueblo en Rienzi.
En el silencio de las páginas de Wagner hallamos la sensación de un respeto religioso que sube y nos envuelve, como si no fuera nuestro espíritu el que solemniza los pentagramas. Los documentos de Napoleón también impresionan. Son bien distintos; pero hay un lazo oculto que uue los grandes conquistadores. Venerable, añejo zumo de la cepa española, capa y espadines, galantes discretos, rimados duelos, parlamentos de alas sonoras, Federicos y Casandras, Estrellas y Lizardos, Calabazas y Clarines, misterios de los autos, todo esto, sacudiendo el polvo de los siglos, salta, brilla y canta sobre las letras del poble mamotreio! Se lee en lo alto, con grandes letras: Sin secreto no hay amor; y en otra línea, con letra más chica. Con que la comedia acaba. después el nombre, sobre la madeja bullente de una rúbrica. hay letras que se destacan con arrogancias y afeites de oficinista; una como un signo del infinito en álgebra, y una en espiral convulsiva, y una como un 302

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