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Más tarde esa palabra fué el alma de Judas.
Semejante a los dioses de bronce, de pie sobre sus zócalos, satanás esperó mil años con los ojos fijos en los astros. Las estrellas estaban lejos, pero brillaban aún. El ray rugía en los mismos cielos fríos y solos. Satamás riose y escupió hacia el trueno. La inmensidad, llena de la sombra visionaria, le estremeció. Esa saliba, más tarde fué Barrabás.
Un soplo que pasó le hizo caer más abajo.
II La caída del condenado comenzó de nuevo. Terrible, sombrío y atravesado de agujeros como un criba, el cielo lleno de estrellas se alejaba; la claridad temblaba, y el gran precipitado, desnudo, siniestro y arrastrado por el peso de su crimen, caía, y, como una cuña, su cabeza abría el abisino. Más abajo, más abajo, siempre más abajo! Todo le huía: ningún obstáculo de qué poder agarrarse, ni un monte, ni una roca inclinada, ni una piedra: nada, la sombra! él cerró los párpados espantado. cuando los abrío. tres soles brillaban solamente, y la sombra liabía roído el firmamento: los demás soles estaban muertos.
III Una roca salía de la bruma negra como un brazo que se extiende.
Satanás le agarró y sus piés tocaron las cimas.
Entonces meditó el sér espantoso que se llamaba Jamás. Su frente cayó en las manos criminales. Los tres soles, de lejos, semejantes tres pupilas, le miraban, pero él no los miraba. El espacio semejaba las llanuras de la tierra, cuando en la tarde, el horizonte se hunde retrocediendo sombreado los ojos blancos del crepúsculo. Largos rayos llegaban hasta los pies del gran proserito. sus espaldas su sombra llenaba el infinito.
Las cimas del caos se confundían unas con otras.
De pronto sintió que le nacían unas alas horribles. Comprendió que se volvía monstruo y que en él el ángel espiraba, y el rebelde sintió algún fastidio. Dejaba sus espaldas, luminosas en otro tiempo, estremecerse el odioso frío de si! ala membranosa cruzando los brazos, alzando la frente: el bandido, como si engrandeciese bajo el oprobio, solo en esas profundidades llenas de ruina. miró fijamente la caberna de la sombra.
Las tiniebias crecían sin ruído en la nada. La opaca oscuridad cerraba el cielo aterrado. y haciendo más allá del último promontorio una triple abolladura ese vidrio negro, tres soles confundían sus tres irradiaciones. Se liabría dicho que eran las tres ruedas de un carro de fuego, quebrado después de un combate en los altos firmamentos. Los montes salian fuera de la brum como proas. bien! exclamó satanás, sea. aan puedo ser! El tendrá el cielo azul, yo tendré el cielo negro. Cree él acaso que yo iré sollozar su puerta. Le odio. Tres soles me bastan. Qué me importa! Yo odio el día, el azul, ei fulgor, el perfume!
De pronto tembló. No queda más que un sol.
VÍCTOR HUGO 330

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