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Doña Adela Guzmán de Barrios Encuéntrase sin mancha delante del trono de Dios Estas palabras de apóstol San Juan, las citó el gran Bossuet en la oración fúnebre de María Teresa de Austria, y eso que el célebre tribuno de la Iglesia aplicó la memoria de tan noble princesa, puede repetirse hoy en honor de doña ADELA GUZMÁN DE BARRIOS. Ella acaba de morir feliz, porque su vida fue gloriosa y pura. Su corazón abundó en sentimientos generosos y su alma firme en el ejercicio del bien, y constante en la práctica de las virtudes más amables, encuéntrase sin mancha delante del trono de Dios.
Viuda de un ilustre personaje, que llena muchas brillantes páginas de la Historia centroamericana, supo conservar los grandes prestigios morales de su marido, y elevar aun más su gloria con el recuerdo tierno imperecedero que le consagró y que más bien que un recuerdo, fue un verdadero culto tributado su memoria. Modesta como lo es el mérito intrínseco, dig.
na en la medida perfecta de la virtud, amable de verdad, austera como corresponde a las almas excelentes, DOÑA ADELA conquistó el cariño de todos infundió el respeto que se tributa a la grandeza, la bondad y la hermosura, cualidades todas que poseyó en alto grado y que supo mantener libres de la más pequeña sombra.
No es ocasión ésta para discutir sobre la conducta de su memorable esposo; pero no podemos menos de rendirle homenaje como un héroe y distinguido patriota. Su nombre ha sido doblemente consagrado por la Historia y por la vida ejemplar de su inolvidable esposa. Ella se atrajo con justicia las simpatías generales, porque tuvo el poder más irresistible y dominador: el poder de seducir por su genio benéfico y afable y por su humildad y sencillez, frutos preciosos de su piedad y de su espíritu superior.
Las mujeres deberían tomar esta gran señora por modelo. Ella fue colocada por la suerte en una posición magnífica, y ha terminado sus días casi en la miseria. Con la muerte de su marido recibió el primer golpe de la desgracia. Religiosa en la religión del bien y del deber, ella supo acogerse esas protectoras virtudes y aunque no consiguió libertarse de los rigores de infortunio, al menos aleanzó desafiarlos con éxito halagador, pues vivió honrada y profundamente estimada, y ha muerto en medio de las mayores solicitudes de la ciencia y de los más celosos cuidados de la familia; llorada por los suyos, y por todos los que no sólo le rendieron homenaje de respeto y admiración, sino que la amaron como una dulce madre del pueblo, cuyos destinos ayudó regir en su tiempo de prosperi.
dad; como un símbolo de históricas hazañas, encarnación de un principio, de un ideal acariciado de todos los salvadoreños.
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