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La raza trocada en savia alimentó aquel bosque que va a blandir como soberbias lanzas sus gigantescos y robustos brazos.
Un sordo estruendo, un viento de borrasca sacule las melenas del Ejército y al trote, al trote comenzó su marcha.
Un ancho soplo de tormenta empuja aquella tempestad salvaje. Nada detiene el paso del andante bosque; es ciclón devastador que aplasta selva y campos y ciudades y hombres con un estruendo atronador que espanta.
Un ejército inmenso de panteras huyó a la costa a defenderse.
El agua con sus clarines de cristal, su grito, eterno in vocador de las venganzas, levantaba hasta los cielos; los clamores de la turba de fieras asustadas con el lamento de las olas, se iban haciendo cada vez mas roncos; ráfagas rápidas, como potros desfrenados, sureos profundos en el mar trazaban. vino al fin la tempestad, el bosque sudando espuma cual las gordas ancas del Oceano, se acercó a la costa y en las ondas del mar encabritadas fne vaciando el ejército de fieras.
Luego avanzó, llevando a las espaldas todo un montón de sus cadenas rotas, todo el pasado de su vida esclava, y lo arrojó sobre las muertas fieras cual sudario de plomo. marcha, mareha dentro del mar, bajo la luz mas suave de la luma, hasta hundirse en lontananza.
Cuando la aurora se elevó, desnuda con una Eva, del zafir en calma surgieron en el pálido horizonte negras como carbón puntas de espadas.
Era la selva convertida en mástiles de grandes naves, que, a la luz temprana de un nuevo sol, la bendición traían de aquel país que libertó una raza.
ROBERTO BRENES MESÉN 341

    Roberto Brenes Mesén
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