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una juguetería, al entrar al Circo, no vemos esos ojos suplicantes de los ni nos tristes.
Para ellos sí son verdaderas fiestas estas de la patria. Ven el desfile de las tropas, agita la circulación de su sugre el estruendo de las músicas militares, deslumbra y hechiza sus mira ius el resplandor de los conetes, y no olvidan, porque nada tienen que olvidar, no esperan porque la esperanza es desconocida para ellos; pero viven, vibran un instante. Acaban los fueyos artificiales, cesa el redoble de los tambores, y esos niños tristes vuelven a la sombra con el único amigo que Dios les ha deparado: con el sueño. Verdad que hay miradas que piden limosna? Yo percibí una de esas en cierta noche del diez y seis de septiembre, cuando llovían estrellas de púrpura, y ondulantes víboras de oro eulebreaban en el cielo. Era la de una mujer, casi de un cadáver, que iba cargando a una criaturita como de seis meses. El cadáver de su marido se había quedado oscuras en la casa. No, no mentía! Era de carne aquel dolor. La niña apenas era de carne. Ya, tras largo contacto con los dolores humanos, se aprende por desdicha a conocerlos. Esa era madre. Iba con su pedacito de vida entre los brazos, buscar en las calles próximas a la plaza, en los sitios donde pasa la alegría, una li.
mosna para enterrar al muerto y para la huérfana cuya única dicha consistía en no saber su orfandad y en estar próxima la muerte. Dí una peseta csa infeliz y me pasé de largo, Pero, andando, andando, fuéronse como abriendo mis ideas y senti remordimiento. Cómo, acababa de gastar en fruslerías y en vanidades, dejaba mi hija muy ufana, muy satisfecha de vivir, y le daba yo esa mujer nada más veinticinco centavos? Desandé lo andado, quise encontrar a la huér.
fana y la madre, darles lo que llebaba en el bolsillo, hacer la felicidad una vez en mi vida, puesto que la felicidad, algunas ocasiones se hace con diez, con cinco pesns, con un peso, pero ya mi linosnera, mi acreedora, había desaparecido, Ese dolor se perdió en la muchedumbre de los dolores humanos; esa indigencia, en el mar de la miseria; y mi egoísmo quedó embebido en la reseca piedra que no tocan las alas blancas de la caridad. Fuí malo, sí, fui cri.
minal.
En mis pesquisas, al torcer una esquina, salióme al encuentro una chiquilla de onee doce años, vivaracha, rubia, de ojos grandes. Parecía hija de francés. Su mirada no pedía limosna. Pero ella si me la pidió. Se la negué. me fue siguiendo,. me repugna escribir lo que me dijo. no lo escribo!
Esa es más huérfana que la otra, y más inforlunada porque tiene más vida. Santo cielo! Hay algo todavía más triste qué ver una niña huérfana y una madre hambrienta!
MANUEL GUTIÉRREZ NAJERA Hay dos especies de librepensadores: los que lo son creen serlo, y los hipócritas falsos creyentes devotos falsos; estos últimos, aunque lo son, no quieren que se les tenga por tales.
El falso devoto, no cree en Dios se burla de su Dios; para tratarle con la mayor cortesía, digamos que no cree.
No se vive lo bastante para sacar provecho de las faltas cometidas; se cometen durante el curso entero de la vida, y todo lo que puede conseguirse fuerza de cometerias es morir corregido.
Nada refresca la sangre como haber sabido librarse de hacer una tontería, 347

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