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LA EXTRACCION DE LA IDEA El Sol y el aire y la lengua callada de las cosas, dicen al buen minero: es un buen día.
El trabajador, ágil y desnudo, siente cantar su sangre, y corre por su médula un impulso de labor. Como si un invisible aceite lustral le hubiese puesto en los miembros fuerza y ligereza, se juzga listo para todas las luchas, y capaz de llegar con su pico al corazón de la tierra.
La boca del pozo le llama: El hondo pozo cerebral le invita al descenso. El buen trabajador se asoma, y, en el fondo, ve brillar las piedras preciosas.
La Naturaleza, como una maternal nodriza, va darle la mano, ayudarlo bajar, la entrada de la mina. él desciende en el hoyo sombrío. poco se oye, con un son harmónico, cómo está hiriendo la roca el pico metálico.
Cuando el minero sale de su tarea, la luz del cielo ilumina sobre el haz de la tierra un tesoro nuevo. Son los diamantes, el oro, los rubíes, las calcedonias, las esmeraldas, las gemas variadas y ricas que ha extraído el buen trabajador.
Feliz, descansa de la fatiga, mientras la vieja Nodriza le sonríe, misteriosa.
II ¿Está el Sol acaso enfermo. Tiene sobre los ojos un velo obscuro.
El aire salta bruscamente y va húmedo, cual si saliese de un baño de hielo.
Todas las cosas dicen al buen trabajador: es un mal día.
Él mismo siente en su cuerpo un morboso escalofrío; sus brazos no pueden alzar el pico de labor. Creería que al dar un paso va caer. El ambiente le hace daño: sus miradas se fatigan queriendo horadar la bruma.
El pozo negro, y mudo, parece serle lostil. El buen trabajador se asoma y mira obseuridad tan solo, abajo, en lo profundo, cree eseuchar la yoz de un funesto grillo.
Pero hay que descender; y, sin ayuda, débil, y sin voluntad, desciende en el hoyo de sombra.
Se oye apenas un sordo golpe de pico, de cuando en cuando. En los intervalos de silencio, rechina el grillo de la mina.
Al llegar la noche, sale como una hormiga por el borde de un vaso, el minero. Viene con las manos y los pies destrozados. No ha podido extraer nada. No podrá mañana esperar el paso de los mercaderes. Agotado, casi desfalleciente, la entrada del pozo, se refugia en el sueño.
Entonces, cuando está dormido, viene la vieja Nodriza, con una linterna sorda, en silencio. Le ilumina el rostro, y le contempla misteriosa.
RUBÉN DARÍO 358

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