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cate la codicia de algunos vecinos, que veían más allá de las narices y cátelos Ud. acaparando macuquinos, con sobrado disgusto de los que estaban en el quid del negocio y bautizaron sus competidores con el mote de poquiteros.
Los poquiteros traían su cacao El Valle y hacían sentir los efectos de una saludable competencia.
En un misterioso conciliábulo aquellos banqueros resolvieron matar la competencia y tras plantear, discutir y desechar mil proyectos, acordaron llamar consejo al sacristán de la Hermita de Tobosi, hombre sagaz, de gran inventiva y fácil cotización.
II El vecindario de Cartago estaba alarmadísimo: la vera del puente de Taras, todos los viernes desde el oscurecer hasta momentos antes de que el alba asomara por oriente, un horrible fantasmon guardaba aquel estrecho paso. Fracasaron rogativas, limosnas pías, exorcismos reliquias y aguas benditas: sobre aquel paraje gravitaba una maldición y el implacable fantasma, seguía apareciendo un lado del puente, toditos los viernes, día de las áni.
mas. Cuando algún osado poquitero, de los que habitualmente traían su ca.
cao San José los viernes, se aproximaba un tauto al fantasma, éste despedía chispas por los ojos, se lamentaba de modo tristísimo y agitaba una cascada campanilla tocando agonía.
III Excuso decir que, en consecuencia, el tráfico entre la metrópoli y el valle se interrumpía infaliblemente el viernes de cada semana.
Así las cosas, resolvió una mujer varonil, Antonia aclarar el misterio.
Un viernes, al toque de queda, aperó su tordillo y provista de una alforja rebosante de peladillas de arroyo, vulgo piedras, se puso al camino después de recibir la bendición de Fray Anselmo. las cien varas de distancia del puente, echó pie tierra, persogó el caballejo y con el credo en la boca y una piedra en cada mano, avanzó hacia el espantajo.
No la aterraron lamentos, chispas ni campanillazos: después de un juego graneado avanzando y casi boca de jarro, asestó con tal empuje y tanta suerte una pedrada al monstruo, que éste, se desiluminó como por encanto, rodó por tierra y pidió socorro grito herido.
Algunos vecinos, que prudente distancia seguían la valiente Antonia, se precipitaron sobre el derribado fantasma y de entre la urdimbre de cañas bravas, lienzos y papeles que formaban aquel raro carapacho, sacaron al infeliz sacristán de la Hermita de Tobosi, pálido, tembloroso, rociado de sangre y aceite y con una regular descalalradura.
La heroína, fue llevada en yolandas Cartago y festejada por el vecindario. el Trust, quedó herido de muerte. GIL 363

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