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les gritos, se acercó a la casa de Berengena y con grandes muestras de cir.
cuspección se dirigió a la madre de la niña que en aquel momento venia de la cocina de atizar el fuego y por consiguiente con los ojos irritados y llorosos, y la dijo: Perdone Ud. mi digna señora, si me tomo el atrevimiento de venir interrumpir su justo dolor; pero creo de mi cleber, como buen cristiano, ofrecer Ud. mis servicios en este para Ud. tan desgraciado momen. Ud. perdone, pero. No, mi digna señora; puede Ud. hacer uso de mi persona en todo lo que le sea útil. En este momento, como fueran más agudos los gritos que daba la niĩa, la señora no oía bien las palabras del desconocido y queriendo enterarse bien de lo que la quería decir, mandó callar Berengena, lo que el personaje estuvo presto decirla. De ninguna manera, señora! No corte Ud. por un momento esos desahogos naturales de su hija! Son indispensables! Un dolor moral como el que hoy aqueja ustedes necesita todo trance de esas expansiones. Pero qué está Ud. diciendo. repuso la señora interrumpiendo al personaje. Pretende Ud. burlarse de mí. De ningún modo, señora! No lloran aquí la muerte de algún miembro de su familia. Caballero, es mi hija que canta! Está ahora en su clase de solfeo. pesar de lo ocurrido, doña Petronila no ceja en su empeño de que su hija siga dando gritos todas horas del día y de la noche para que medio mundo crea, cuando la oye, que se desata una tormenta de dolor en su pecho capaz de aturdir las paredes que la encierran. No se me olvida aquella horrible noche!
La señora madre de la vecina más adelantada en el canto, nos invitó todos los vecinos una fiestecita de confianza con motivo del cumpleaños de Gerania, que así se llamaba la niña. Yo, desgraciadamente, no pude excusarme de asistir y así fué que, eso de las ccho, me llegué la casa de mi vecina en la cual encontré varias señoras, señoritas y caballeros. Exeuso decir ustedes que poco rato después de las frases de eum: plimiento para la niña, la cual se le deseaban mil y tántos años de vida, al contrario de mi parecer que era el de que se muriera pronto para descansar siquiera de una de esas gritonas; y después de abrazos y besos y otras tantas calamidades de orden social, lo primero que pidieron sus amigas Gerania fue que cantara. Palidecí y me puse nervioso, pues dije para mí: qué demonios va a cantar esa pobre niña, si no sabe más que esa canción de La Flor, que hoy sólo las cocineras la tararean por todas partes?
Gerania se excusó con timidez fingida.
Pero nada: la madre, los caballeros, sus amigas, todos, en fin, la instaron que cantara. Se sentó al piano y dijo. Pero mamá, por Dios! Qué quiere que cante, si no sé nada. Ay, hija! No seas mica! Cantá cualquiera de esas canciones que has aprendido. Pero si. Varios caballeros: Señorita; no tema ni la avergüence nuestra presencia. Somos inofensivos incompetentes para juzgarie Ud. esa voz de ruiseñor educada con tanto esmero. Cante Ud. Se lo suplicamos. Mird. hija; cantá por ejemplo. Guarda esta flor. Los señores te la oirán con gusto.
Sí por cierto, contestaron todos una.
Gerania vió el cielo abierto: su madre le indicó la canción única que sabía, bastante mal por cierto.
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