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Publicamos continuación el hermoso discurso de nuestro compatriata con Carlos Gagini, pronunciado en la ciudad de Santa Ana. EI Salvador. Con motivo de la Fiesta de los Arboles. Señores; Pocas fiestas hay tan significativas y al mismo tiempo tan simpáticas como la que hoy nos reúne en este recinto. No venimos asistir la apoteosis de uno de esos grandes hombres cuyo recuerdo debe perpetuarse en la historia de los pueblos, ni conmemorar triunfos guerreros que ciñen la frente de las naciones laureles teñidos en sangre; venimos celebrar una fiesta sencilla, inocente como la niñez quien se dedica, pero que, por los sentimientos que la inspiran y por los fines que se consagra, es una de las más elevadas manifestaciones de la cultura social: la Fiesta de los Arboles. Los árboles. Quién no ha reflexionado más de una vez sobre la significación de esos seres bellos y silenciosos que forman el ropaje más vistoso y rico de la naturaleza. Cuando yerguen sus verdes cabelleras, arrancan la atmósfera sus gases deletéreos y las nubes su humedad, es decir, el agua que es la vida, y el río, que es la industria. Si faltasen esos puentes que la Providencia puso entre el cielo y la tierra ¿qué sería ésta, sino un inmenso erial sin vida ni encantos. Los árboles. De su carne está hecha la cuna que nos recibe al nacer y que asiste al inefable misterio del despertar de nuestra inteligencia; su carne alimenta el fuego que en las ateridas noches de invierno congrega en torno suyo a la familia, de la cual es el más hermoso símbolo; su carne es la casa que nos abriga, los muebles que la alhajan, el ataúd que guarda piadoso nuestras cenizas y recoge en su seno la cadena de dolores, esperanzas y ensueños que forman la existencia. Cómo no amar los árboles? Cuando niños colgámos de sus ramas el columpio y subimos por su tronco para coger los nidos la fruta sabrosa; más tarde, en la edad de las pasiones, nuestra mano grabó en su corteza el nombre de la mujer amada, y el árbol, más fiel que el corazón lo conservó muchos años después de haberse borrado de nuestra memoria; y al pie de un árbol el anciano, rodeado de sus netezuelos, abre el relicario del pasado y saca de él enseñanzas para lo porvenir. Cuántos recuerdos dulces amargos, cuántos episodios infantiles, horas de felicidad de la juventud y profundas meditaciones de la vejez se asocian la imagen de esos seres bellos y silenciosos cuyos beneficios ja.
más apreciaremos bastante!
Para reparar la ingratitud humana, y poner de relieve anualmente los servicios que nos prestan los árboles, las naciones cultas han instituido la fiesta que ahora celebramos. De hoy más el niño velará por ellos, apreciará mejor su utilidad y los plantará lo largo de los caminos, en el fondo de los valles, en la cima de los montes, en donde quiera que los haya talado la barbarie de los hombres.
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