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cariñosa se yergue al referir los patrios heroísmos. No importa el lenguaje más o menos culto, el detalle más o menos culto, el detalle más o menos axacto. Hay en esos recuerdos de las veladas de las frías noches, el sabor de un hermoso idilio, la ternura de una oración para los que fueron, el estímulo para los que van a ser. El niño oye comprendiendo medias: una cosa entiende bien; que si llegaran peligros la patria, debe saber mo.
rir por ella y hacerse digno de sus padres.
Ningún nombre sonaba en mis oídos con más sonoridad y estruendo que el nombre de Numancia. Deseaba contemplar las ruinas de la ciudad heroica, coger las piedras testigos de tanta grandeza y envidiarlas de cerca por la fortuna que tuvieron.
Pasaron muchos años y no cedía el deseo ni tampoco se presentaba la oportunidad. Por fin llegó el día. Tres amigos tomamos el tren de Madrid Sigüenza en una templada noche de la primavera de 1871. Un carruaje nos condujo de Sigüenza Soria. En esi pobre y triste ciudad hicimos nuestros preparativos porque queríamos registrar palmo palmo el campo de sangre en que se inspira el patriotismo de veinte siglos. una legua de Soria, en la confluencia del Duero y el Tera, y sobre una colina que pertenece al término municipal de Garay, estuvo edificada Numancia. La superficie es limitada: una ciudad comprendida en tan estrecho perímetro no puede tener más de cincuenta segenta mil habitantes, puesto que no se extendía por el llano. En poco rato estuvimos sobre el terreno; un terreno árido y estéril. En vano buseamos un tapial, un cimiento saliente, algún foso, cualquier indicio: ninguna diferencia con otras colinas y otras soledades. Una que otra roca sin señal ni evocación de recuerdo. Bastante, sin embargo, para nuestra fantasía.
Largas horas de investigaciones pasamos en aquel sitio, y medida que transcurrían, absorbidos por los recuerdos, íbamos sin darnos cuenta animándolo todo. Llegó la noche y nos acostamos sobre nuestras mantas de viaje, pero no dormimos. La fantasía entonces tomó vuelo, y reconstruyó la ciudad y trajo los tiempos del valor más grande y del sacrificio más terrible que vieron las edades.
Rechazado los cartagineses de todas partes en la Península por Roma y sus ejércitos, el vencedor que halagara los naturales durante el combate, los trato con dureza fenecido el peligro. Los celtiberos no querían sufrir el yugo; y aunque sin acuerdo entre ellos, hacían conocer a los romanos enán difícil es dominar un pueblo que tiene la independencia por el primer bien de la vida. Roma, pesar de todo, se imponía por la disciplina de sus legiones y el genio de sus caudillos.
Alzados los sejedenses, hicieron pagar cara su derrota, y odiando la sumisión, se refugiaron en Numancia, la ciudad más fuerte de la Celtiberia propiamente dicha. Ninguna querella mediaba con Roma, pero sí mediaba con los sejedenses el interés del compatriotismo y la admiración a su firme.
za y su amor la libertad.
El cónsul Quinto Fulvio Nobilior pidió los numantinos la entrega de los sejedesses, y los numantinos la negaron; amenazó, y respondieron que el huésped es sagrado y que preferian la guerra a la infamia. Sitió Nobilior la ciudad, y perdidos doce mil hombres, tuvo que retirarse, sin alcanzar mejor éxito otros cónsules y generales. Roma se veía detenida en la glo410

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