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La muerte de Dionisio No está en lo cierto el gran Sófocles al asegurar que Dionisio, el viejo y neurótico tirano de Siracusa, murió de alegría, ni tampoco otros buenos historiadores, cuando dicen que murió envenenado por su hijo, que ambicionaba el trono Dionisio entregó el alma Plutón de una manera extraña. Ahora, oíd la leyenda que contiene un antiguo pergamino, encontrado en una empolvada biblioteca de una de las ciudades del Sur de Italia.
Dionisio regalaba con un magnífico festín Dión, uno de sus ministros y generales más temibles que había puesto terror en los escuadrones cai tagineses.
El déspota era espléndido y caprichoso. Gustaba de reunir hombres célebres ilustres al rededor de su mesa, para que lo tuvieran como protector de las artes y de la Filosofía. Allí estaban esa noche Platon, Felisto, Damocles, Focio, Fabricio, Cimias, y otros muchos griegos y cartagineses, todos ellos filósofos, músicos y poetas.
El banquete tocaba a su fin. La música embriagadora de las hetarias hinchaba el cálido ambiente del salón cubierto con mullidas alfombras de Cachemira y adornado con opulentas velas de Tiro; reía la luz de las antorchas en las armoniosas y desnudas estátuas, salidas del mágico cincel de Fidias, en los delicados cuadros de Melanto y en las soberbias obras de Apeles y el sueño invisible empezaba coronar de adormideras las cabezas de los convidados.
Dionisio era feliz en aquel momento, porque se encontraba borracho ya. Luenga barba, barba innoble orlaba su rostro, pálido por las frecuentes libaciones. Era tan encendida la púrpura de su manto, que parecía que acababan de sumergirlo en un baño de sangre. Descanzaba su corona de oro sobre un trípode cercano, y su pulimentada calva de marfil resplandecía bajo el riquisimo techo, de donde colga413
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