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ba una fulgurante espada de acero amenazando los comensales.
Habló el Rey, sonriéndose estúpidamente: No podéis quejaros de mi, buenos amigos. Artista y filósofo soy, y por eso os tengo en tanto aprecio y estima. No es cierto lo que digo, Platón? Os he obsequiado con toda la delicada volatería del Atica y con los más añejos vinos del Chipre y de Tenedos, en ánforas salpicadas de áureas estrellas.
Tá Filisto, mi cronista, lo puedes asegurar. tú Damocles, desventurado Damocles, medroso Damocles ¿No estás esta noche contento del gran Dionisio? Si hubieras tenido más valor, la felicidad sería tu esclava. Te senté en mi trono, te hice adorar por mis guardias, fuiste un monarca como yo durante algunos días, y renunciaste todo esto por no tener sobre tí esa espada que cuelga sobre nosotros.
Todos los invitados alzaron los ojos, viendo la terrible espada, prendida al extremo de un hilo, temblorosa y resplandeciente. él continuó: Esto nos prueba, amigos, que la fortuna está amenazada de continuo por la desgracia, y que no siempre se es tan feliz como el Rey Giges. Como tú, Platón, yo soy algo filósofo. no solo filósofo, sino músico y poeta. En Atenas haría furor con mi lira, y esta misma noble y orgullosa Atenas, no ha mucho que premió una de mis tragedias, en las fiestas de Baco. Oh el Arte.
En estos momentos oyéronse unos ayes, que llenaron de estupor la reunión.
No os asusteis, dijo Dionisio, Son unos prisioneros que he mandado ejecutar. Me estorbaban. Mañana acabaré con los cabecillas de la última conspiración de Siracusa.
Los más comprometidos tamarán cicuta, y los otros al destierro. no es que sea feroz ni sanguinario. Soy clemente y accedo todo. Calistenes lo hice ahogar en un tonel de 414

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