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vino: le gustaba mucho, sobre todo el Falermo, Heracles era partidario de los átomos: por eso lo mandé cortar en pedazos. Fedón. el pobre! decía que por el olfato se puede alimentar el hombre. Para hacer un ensayo, lo encerré en un jardín amurallado, y los siete días se murió de hambre, de pura hambre, a pesar del aroma de las flores.
Dionisio llevó con mano torpe sus labios la postrimera copa de Palermo, desplomándose completamente ébrio sobre el triclinio.
Agonizaba la luz de las antorchas; dejaron de vibrar las liras y una semi oscuridad invadió la sala del festín, De repente, la espada retorciose como si tuviera vida, cayendo sobre la mesa y ondulando como ser piente de fuego, después de lanzar un silbido siniestro. Un grito de horror se escapó de la boca de los convidados, y sus semblantes se pusieron lívidos al reflejo trémulo de las antorchas. El reptil serpeó entre las ánforas y las fuentes de plata, lanzándose sobre la cabeza del tirano incando en ella sus colmillos. Enderezose Dionisio rugiendo, para caer enseguida inerte sobre la alfombra, en tanto que la fantástica culebra desaparecía en una de las sombrías esquinas del salón.
Cuando los aúlicos y los guardias llegaron, el Rey yacía muerto sobre la alfombra de Cachemira, estrujando bajo la espada su soberbio manto purpúreo, semejante una fresca degollación, de donde surgía resaltando su enormes cabeza pálida, bajo el bosque de los brillantes sables desenvainados en lo alto y las antorchas traídas por los esclavos atónitos.
JUAN RAMÓN MOLINA La pereza, la indolencia, la ociosi.
dad, vicios tan naturales en los niños, desaparecen cuando juegan; pues en sus juegos son vivos, aplicados, exaetos, amigos de la puntualidad, de las reglas y de la simetría. No se per donan la menor falta los unos los otros, y empiezan muchas veces por su propio gusto lo que no les sale bien. Presagio cierto de que podrán un día descuidarse en sus obligacio.
nes, pero no en sus placeres.
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