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presas picotazos.
las entrañas, operación que dura muy poco tiempo. Una vez satisfechos se retiran las ramas de los árboles vecinos. Mientras tanto hacen la digestión, a cadáver acaba de corromperse y los nuevos malos olores provocan el apetito de la bandadn, que vuelve a continuar la mutilación comenzada hasta dar fin la tarea. Si estando en el festín se acerca un buitre real, rey de zopi.
lote, se retiran en seguida sin que haya lucha, hasta el momento en que el recién venido se halle satisfecho. En cambio se disputan entre sí las mejores Aunque su vianda favorita es la carne descompuesta, no desprecia la fresca y por eso en la proximidad de los mataderos la cantidad de los zopilotes es extraordinaria. Como son buenos observadores, porque sus sentidos son muy finos, aprovechan el menor descuido para robar la pieza de carne que se halla más cerca. Los matadores y las cocineras lo saben muy bien, y el zopilote por su parte es con ellos mucho más descarado y audaz. Entre nosoiros, los muchachos los cogen por medio de lazos corredizos para ponerles collares de cuero o de olote.
Su vuelo es rápido y en los días claros se deleitan remontándose grandes alturas formando círculos y meciéndose sesgadamente de un lado otro como en un columpio. veces dedican largos ratos ese placer porque no les urge el tiempo, desde luego que hallan en todas partes un alimento abundante.
Por las mañanas suele vérseles sobre los techos con las alas abiertas, secando el rocio que les ha caído durante la madrugana y lo mismo puede observarse en los ratos de sol que siguen a la lluvia en ciertos días de invierno.
Duermen en los altos árboles cubiertos de follaje como en los higuerones, los aguacates, mangueros, etc. y se reconocen pronto esos lugares por el color blanco de las ramas y del suelo, así como por el olor particular que despiden, En los desagües de las cocinas hunden el pico casi hasta los ojos, lo mismo que los patos, buscando desperdicios de comida y aún lombrices de las que abundan en esos lugares. Luego se limpian el pico sobre la yerba frotándolo contra algún palo; del nismo modo limpian las plumas de la garganta y del pecho, agachándose hasta frotarse contra el suelo, y se retiran ian satisfechos como si hubiesen comido un plato suculento y usado la mejor servilleta.
En Alajuela anidan en los entrecielos de las casas, bajo los pisos de madera, en los barrancos, en los troncos podridos y aún en el suelo mismo, siempre que sea en lugares ocultos, desempeñando juntos macho y hembra las funciones de empollar los huevos y criar sus hijuelos. Ponen dos huevos, rara vez tres, de fondo gris verdoso, ásperos y sin brillo, con grandes manchas de color chocolate, y otras moradas menos perceptibles. El tamaño de los huevos varía entre 84 por 55 y 68 por 47 milímetros, según la extensa serie que se conserva en el Juseo Nacional de Washington. El término medio es de 76! por 52 milímetros.
Audubon fija como tiempo necesario para empollar los zopilotes veintiún días, y Mr. 18. Hoxie lo extiende hasta cerca de treinta; esto me hace creer que los setenta y dos días dados por Brehm en la edición castellana de la vida de los Animales es sencillamente un error cometido al traducir el texto de Audubon.
Los pichones de zopilote son tan confiados que en Alajuela, durante el mes de enero, salían de debajo del kiosco de la plaza principal por las mañanas y tardes recibir el alimento y pasearse tranquilos por los alrededores, aunque habiese mucha gente, y no trataban de esconderse en su guarida, debajo del kiosco, sino cuando los muchachos iban en su persecución para cogerlos.
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