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Para qué tántos afanes chico.
Así decía un melodrama antiguo, que oía yo por las tardes cuando era ¿Para qué tántos afanes en esta miserable vida, si la tenemos constan temente a disposición de la muerte?
Parece que Dios me dictó lo que le dije hace dos años este joven Makay y que acaba de morir de una caída de caballo.
Era en una cena, en un restaurante a la moda, y había en ella cinco seis muchachos de los cuales el que menos tenía que heredar doscientos millones. hablaban todos con esa pretensión y ese aire de imposición que se dan siempre los ricos y que no son más que ricos y que no saben hablar más que de su. dinero.
Detesto, aborrezco, despre.
cio profundamente ese tipo del millonario incapaz de hacer el bien y siempre haciendo ostentación de su riqueza.
Os convidará a comer y gastará ea una comida mil francos; os llevará al paseo en su coche y al teatro su palco; os dará quinientas pesetas para una obra de caridad, si han de figurar en una lista de susFot Ruda cripción pública, Una vista en Guápiles Pero no le pidáis nada para vuestros hijos, no le digáis que deseáis fundar una modesta industria; que uno de sus antiguos lacayos está en el hospital agonizando y necesita una limosna; que los pobres vecinos de su calle pueden librar sus hijos de la muerte en campaña con un puñadito de sus millones de onzas; nó, no os dará nada; su dinero es para asombrar, para aturdir, para imponer, para avasallar para comer lo más raro y beber lo más caro.
Hablaban aquella noche los poderosillos de sus caballos, de sus coches, de sus amigas, de sus castillos, de sus clubs, de la pérdida de diez mil duros de la noche anterior, de la compra del maileoach de mañana. al salir, le decía yo al joven Makay, hijo de aquella que se atrevió despreciar un cuadro de Meissonnier y que quería comprar el arte de triunfo: 469

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