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Súbase usted el cuello del gabán, porque hay pulmonías que se ríen carcajadas de los millones. Tomaban broma los muchachos las reflexiones cristianas de éste casi viejo; reflexiones cristianas en el round point de los Campos Elíseos!
Cualquiera las oye!
Pero yo las hacía. Lo tenéis todo, os sobra todo; pero a la edad de las ilusiones y de la fuerza de la vida estáis astiados ya de todo. Con mis cincuenta años sé yo ser más feliz que cuantos millonarios millurdarios, como ahora dicen, hay en la América del Norte!
Un día en una partida de caza, en otra de polo, en un viaje de tren especial, á la salida de una cena, va decir la Muerte. Alto ahí. seguirme! De aquí no se pasa. Cómo me he acordado al leer en todos los periódicos la muerte violenta del joven Makay, de aquella noche única en mi vida, en que por casualidad le ví. Pobre muchacho. Le dicen que en sus cuadras hay un caballo muy malo de montar; se empeña en montarlo, por que cree, como todos los niños mimados, que nada puede resistirsele; salta sobre el bruto, le da dos latigazos, parte el caballo desbocado, va dar contra un árbol, arroja al caballero seis metros, y el caballero no dice ni Jesús; se ha hecho pedazos el cráneo, está muerte!
Vengan ahora los millones, salgan los cheques, ofrézcanse los vagones llenos de monedas de oro. No volverá! después de todo. qué ha hecho este infeliz, para gozar de la vida, que no hayamos hecho los demás?
Ya se lo decía yo, muchos años hace, al opulentísimo duque de. cuya fortuna, por cierto, se la han llevado los diablos en figura de escribanos y procuradores. Qué ha comido usted ayer. Una sopa, tres platos y un postre.
Como yo. donde estuvo usted por la tarde. En el Retiro.
Como yo. por la noche?
En la Opera.
Como yo. Quién le ha hecho usted esa levita?
Caracuel. á mí esta que llevo. cómo anda la salud. Malamente. yo estoy tan bueno! aquel hombre tenía mil cuidados, y habia de levantarse temprano, y necesitaba sumas fabulosas para inantener miles de servidores que, se.
gún él, eran sus lacirones, y le estaba prohibido comer un sin fin de cosas, y el amor no existía ya para él, y la pintura no la entendia y la música no le sonaba nada. Oh, señor! deben decir los que no estén envenenados por el mierobio de la vanidad, mil veces más mortal que el de la rabia: dadme la salud, dadme la resignación, dadme el amor de los mios y la paz de la conciencia.
No me déis la riqueza, Dios mio, porque ella trae consigo fatalmente dos cosas: vuelve al hombre tonto le vuelve malo. 470 EUSEBIO BLASCO
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