Guardar

al saco, con bambadores, que yo traía mis espaldas. En seguida continué mi camino: poco andar, los perros se aspavientan y un continuo guay, guay, me indicó las huellas del gato pintado; el Temerón lo seguía de cerca, pero los otros dos compañeros, más prudentes que buenos soldados, se volvían de cuando en cuando hacia mí con el pelo crispado y haciendo tales manifestaciones de terror, que no ser por el entrañable cariño que le tengo mi perro favorito yo también habría buscado el camino de mi rancho. Me encontraba en esta situación, espiando hasta el último movimiento de las hojas y sin atreverme siquiera respirar, cuando en una loma, distancia considerable, divisé al tigre que me dejaba descubierto el codillo iz juierdo, y sin saber cómo ni qué horas le disparé un tiro de escopeta; mas fui tan poe afortunada que ni siqniera logré distraerle del sigili so cuidndo con que seguía todos los movimientos de mi perro.
Volví cargar y le hice un segundo disparo sin obtener resultado alguno favorable; para no cansarlo con el cuento, mis balas zumbaron por sus oidos cinco veces consecutivas sin que el animnl diese muestras de estar herido; esto no me extrañaba, porque un amigo mio me había enseñado un cuero de tigre con siete agujeros, y a pesar de todo, para acabar de matar el animal tuvieron, serún me dijo que lacer uso de los machetes, él y dos hermanos que le guardaban las espaldas. Lo que más me acongojaba era la carencia easi absoluta de parque, pues no me quedaba otra cosa que un tiro escasito de pólvora, dos municiones y algunas hojas de tabaco para suplir los tacos. Noté que invariablemente la ficra recorría de un árbol otro la misma distancia, como tratando de resguardarse de las acometidas del Temeron; con este motive, lo esperé en uno de los árboles referidos, ereyendo que aprovecharía boca de cañón mi última «lescarga; mas el tigre viéndose atacado por un lado y detenido por el otro, tomó la resolución. para colmo de males de cargar sobre mí directamente sin darme tiempo de poner un tubo en la chimenea del fusil. Ble hizo un tirn con ainbas manos a la dereclia y como yo salvara el cuerpo, repitió el golpe al otro lado; por fortuna, ya tenía yo el cuchillo en la mano y con él le causé una pequeña herida en la mano izquierda. Esto me salvó: el tigre sintiendose dañado echó correr y yo me quedé más muerto que vivo, acompañado tan sólo de mis ficles amigos (los prudentes. que ni en broma osaban tomar parte activa en la refriega.
Alllegar aquí, el narrador hizo una larga pausa, avivó el fuego de su pipa ya casi apagnda, imprimiendo a su semblante esa expresión terrorífica del que se halla amenazado por algún peligro en medio de los bosques, continuó: El Temerón siempre incansable siguió al tigre muy de cerca; cuando ya sus ladridos eran casi imperceptibles, me decidi marclar sobre sus huellas, temeroso de perder para siempre de vista mi fiel y valeroso compañero. Gran trabajo me costó dar con ellos, porque el tigre se había refugiado en las gambas de un árbol gigantesco y los ladridos del perro se ahogaban en la oquedad del tronco. La fiera estaba agazapada en el centro y mirando hacia afuera, circunstancia que me favoreció, porque echándome el fusil la eara le disparé el último tiro distancia de muy pocos pasos, con tanta fortuna, que las balas le entraron por aqui, Dios me guarde (esto lo decía poniéndose el dedo índice sobre la frente. Como movido por un resorte, con este golpe mortal, se recostó sobre el árbol y con un salto de agonía se lan.
zó fuera del tronco, cayendo casi mis pies, pero tendido y sin alientos. ALFARO 522

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